Las granadas las lanzan hoy dos enemigos muy distintos, pero igual de peligrosos: los insolventes y los prósperos. Unos no temen a las multas y se saltan las leyes a la torera, arguyendo que no van a pagarlas porque no tienen con qué hacerlo, y otros se creen por encima del bien y del mal y se concentran muy juntitos para protestar contra el gobierno a golpe de cazuelas, de Thermomix o de farolas. A mí, personalmente, ambos me provocan la misma rabia e idéntica frustración y en el fondo se parecen más de lo que ellos creen, ya que con sus actos nos ponen a todos en peligro y están impidiendo que esta distopía termine.
Por si tienen dudas, ‘queridos' insolventes y ‘estimados' prósperos, esta crisis sanitaria no se acabará de pronto porque hayamos estado dos meses confinados o ‘confitados', como prefieran llamarlo. Esto de la desescalada por fases no es más que una bomba de oxígeno para que nuestro sistema económico no se colapse, puesto que, agárrense que vienen curvas, el contagio no ha variado y el virus de las narices sigue igual de poderoso que en el mes de marzo. Si nos han encerrado en casa ha sido para no colapsar el sistema sanitario y lo que debemos hacer ahora, no por imposición sino por coherencia, es respetar las distancias de seguridad y las medidas de higiene recomendadas con el único fin de no volver a la casilla de inicio. Así de sencillo señores y señoras. El eufemismo de «la nueva normalidad» no es más que una manera sutil de decirnos que nada volverá a ser como antes y que, aunque nos autorizan a ir a las terrazas a tomarnos una cerveza, debemos hacerlo siempre a dos metros, con las manos desnudas y bien limpitas y sin tocarnos. Lo de la mascarilla, ahí ya me pierdo, se lo reconozco, porque cada semana nos dicen una cosa y ya no sé cuál es la buena. Ahora mismo me quedo con el “por si acaso” y me la enfundo al salir de casa.
Como muchos hacen gala del desconocimiento para justificar sus actos intentaré ser clara y concisa: o hacemos de la higiene nuestro santo y seña y evitamos tocarnos y acercarnos demasiado o de esta no salimos. Lo de la inmunidad de rebaño, que a algunos les viene que ni pintado, parece que a los españoles nos afecta poco y, por el momento, más del 90% seguimos expuestos al puñetero bicho así que no sé ustedes, pero yo no voy a exponerme por si la ruleta rusa me da en la garganta y les toca intubarme a nuestros aplaudidos sanitarios, olvidados ya tras la última ovación del domingo.
El estado de alarma se ha impuesto porque el sentido común no es el más común de los sentidos. La anarquía no funciona, aunque algunos esgriman que ellos tienen sus propias reglas y que se bañan en la playa si les apetece «porque estamos en un estado de derecho en el que la libertad es el bien más preciado». Precisamente, y en defensa de esa libertad, de la suya pero también de la mía, existen una serie de deberes porque es tan delgada la línea que las separa que o le ponemos puertas al mar o aquí nos ahogamos todos. Así que no hagamos política de barra ni postulemos al título de cuñado del año, independientemente de los cuartos que tengamos en la cartilla, vamos a comportarnos todos como personas adultas, solidarias y coherentes y hagamos caso de lo que nos dicen los de arriba. Si no nos gusta lo que arbitran ya tendremos tiempo de quitarles las sillas en esa herramienta democrática que se llama elecciones.
Por el momento recuerden que estamos en Fase 1: nada de playita, ni de fiestas multitudinarias ni de chorradas, porque a nosotros, ‘los normales', quienes entendemos la magnitud y la gravedad de todo esto, tampoco nos hace ninguna gracia ver a tantos gilipollas saltándose el confinamiento.