Nos habían advertido que esto pasaría, que teníamos que acostumbrarnos a que esto pasara, que iba a haber brotes, que el riesgo cero no existe, que teníamos un sistema sanitario más que preparado para hacer frente a ellos. En Ibiza, sin ir más lejos, el Área de Salud informó durante la última visita de Francina Armengol que había 500 camas hospitalarias disponibles en caso de necesidad, una cifra elevada que, hasta ahora y afortunadamente, nunca ha hecho falta. Esperemos que siga siendo así.
También nos dijeron que lo importante no es que se produjeran brotes, porque son inevitables, sino reaccionar rápido ante ellos y que, por este motivo, la intervención de Atención Primaria y el equipo de rastreadores adquiría una importancia estratégica, al igual que la capacidad para hacer pruebas PCR, motivo por el que se habían ampliado los laboratorios de Son Espases y Can Misses.
También nos dijeron que los análisis en origen y los test rápidos eran inviables y que no servían para nada porque no existe fiabilidad alguna, pero que tranquilidad que todo está controlado.
Por todas estas razones, habíamos decidido tratar de desperezar la economía y ponerla en marcha otra vez. Tanto que fue un exitazo para el Govern lograr un plan piloto para traer turismo alemán a Mallorca y demostrar al mundo entero que Baleares era un destino seguro.
También íbamos a hacer un plan piloto en el Reino Unido, mercado capital en Ibiza y Menorca, a pesar de que la situación de aquel país no invitaba al optimismo.
Sin que haya pasado nada que no supiéramos que fuera a pasar con la simple lectura de Periódico de Ibiza y Formentera, sin que tengamos constancia de que haya habido disfunciones o irregularidades, los mismos que desdeñaron otrora la mascarilla por generar una falsa sensación de seguridad, esta semana nos han sorprendido, y pillado con el pie cambiado, al tomar la decisión de obligarnos a ponernos la mascarilla a todas horas, salvo en la piscina y en la playa.
Cuando decretaron el estado de alarma y nos confinaron en nuestras casas con mensajes apocalípticos, con generales uniformados a diario en La Moncloa, con políticos utilizando terminología bélica, la gente se quedó en casa, asustada porque entendió que la situación era extremadamente crítica (aquí nunca lo fue) y cumplió con su deber.
Cuando dejamos que entren los aviones de zonas castigadas, como el norte de Italia tomándoles solo la temperatura, abrimos bares, hoteles y restaurantes, levantamos el estado de alarma y recuperamos nuestras libertades individuales, leemos que las UCI llevan tantos días sin ingresos, que los contagios son tan leves que no necesitan ingreso hospitalario o bien son directamente asintomáticos, la gente también reacciona e interpreta que hay un riesgo bajo de contagio y se relaja. Si no, estarían los bares vacíos y no lo están.
¿Qué ha pasado para tan drástico movimiento?
La razón es que el Govern ha entendido que hay riesgo de que se nos vaya de la manos y, por lo tanto, demos un paso atrás.
Tanto que este riesgo se podría traducir en un nuevo confinamiento, lo que sería una catástrofe porque supondría el cierre de los aeropuertos.
Noticia de portada en todos los informativos europeos durante varios días, con ciudadanos de decenas de nacionalidades confinados en sus establecimientos hasta que pudieran regresar a sus países de origen en vuelos fletados ad hoc. Todo ello daría al traste con las esperanzas de que la actual temporada acabe con mejores guarismos que los previstos inicialmente.
No solo eso, sino que este traspiés finiquitaría, me cuentan, las esperanzas de empezar la temporada 2021 con normalidad, deseo con el que contamos todos, a pesar de que no está escrito en ningún lado que vayamos a tener vacuna disponible en esas fechas.
Desde ese punto de vista, parece lógico reforzar las medidas de seguridad, las medidas de control del cumplimiento y las sanciones.
Pero obligarnos a llevar mascarilla mientras andamos por la calle o estamos sentados en una terraza, que se supone cumple con las distancias de seguridad, parece una medida desproporcionada. Solo tiene sentido para concienciar, disuadir y facilitar el control, aunque cacemos moscas a cañonazos.
Resignación en Ibiza. La reacción en Ibiza ante la imposición de la mascarilla a todas horas ha sido de resignación, a pesar de que nadie duda de que restará afluencia de visitantes. Unos cambiarán de destino porque preferirán ir a otro en el que no le obliguen a llevar la mascarilla, salvo que no pueda guardarse la distancia de seguridad. Otros lo harán porque no se creerán que la situación está tan controlada como decimos, ya que si fuéramos un destino tan seguro no nos obligarían a llevar mascarilla a todas horas.
El presidente del Consell d'Eivissa, Vicent Marí, a quien el Grupo Socialista del Consell d'Eivissa acusa cada vez que puede de hacer oposición a Armengol, no ha dicho esta boca es mía y ha cerrado filas con el Govern, como ha venido haciendo, por otra parte, desde el inicio de la pandemia.
En Mallorca, en cambio, las patronales han sido más contundentes y han criticado no solo el fondo, también las formas, por no haber sido consultadas previamente, ni tan siquiera informadas. Y han informado de cancelaciones.
Las dudas. Ya han empezado las dudas en el Govern, lo que cuestiona la solidez de la medida y la oportunidad de haberla anunciado sin tener todos los flecos cerrados, causando graves perjuicios en la imagen de Baleares y generando desconfianza en quien toma las decisiones. En el momento de escribir estas líneas, no sabemos si entrará en vigor mañana como se había anunciado y no lo sabemos porque el Govern no sabe si la medida se aplicará tal como ha anunciado esta semana o bien habrá una versión light, con más excepciones.
Las fiestas. Donde ha habido una celeridad poco habitual ha sido en la nueva normativa para disuadir y contener las fiestas ilegales. El sábado se lo demandó Vicent Marí a la presidenta del Govern y el viernes ya teníamos el decreto de las sanciones publicado.
Que el origen del brote de Sant Joan, con diez casos acumulados, asistiera a una fiesta en una villa encendió todas las alarmas. Evento multitudinario, con alcohol, drogas y putas, con alguien infectado entre sus invitados es una bomba de relojería que podría dejar un reguero de contagios incontrolable y letal.
Las aglomeraciones son un riesgo y eso es lo que se ha de evitar a toda costa. De ahí, a ir todos a todos lados con la mascarilla media un abismo.