Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949) es una de las mejores y más conocidas fotógrafas de nuestro país. Más allá de ser miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la primera española en formar parte de la prestigiosa Agencia Magnum, su influencia en varias generaciones de fotógrafos es incuestionable. Para muchos decir su nombre es sinónimo de calidad, valentía y originalidad siendo un referente a la hora de captar con su máquina de fotos todo lo que pasa a su alrededor. Sus últimos trabajos la han llevado a la India y más concretamente hasta la zona de Anantapur donde lleva décadas trabajando la Fundación Vicente Ferrer y el resultado fue primero un libro y después una exposición itinerante llamada Tierra de sueños realizada en colaboración con la Fundación La Caixa. Ya se ha podido ver al aire libre en distintas ciudades de España y ahora, hasta el 13 de junio, estará instalada en el Paseo Vara de Rey de Ibiza.
-Usted nunca ha querido definirse como fotoperiodista pero sus reportajes han marcado a generaciones enteras de fotógrafos. ¿Tierra de sueños es uno de ellos?
-Gracias. No se si tanto. Solo sé que es un trabajo que a mí me ha marcado mucho, tanto personal como profesionalmente.
-¿Por qué?
-Porque pude captar con mi cámara a una amplia población de la India que, desgraciadamente, en muchos casos pasa inadvertida. Ha sido mi humilde modo de rendirles un homenaje para que el mundo sepa que existen. Que están ahí.
-¿Cómo surgió la idea de hacer este reportaje?
-Vino de la Fundación La Caixa y de la Fundación Vicente Ferrer. Un día vinieron a verme a casa para proponerme el proyecto y al ver su sonrisa de oreja a oreja supe que ya no había marcha atrás. Además, yo había estado en India en 2001 pero en este caso lo que más me interesó fue poder retratar algo diferente.
-¿Cómo lo consiguió? En un país como India no parece fácil ir a según que sitios y menos con una cámara de fotos.
-Es cierto pero afortunadamente conté desde el primer momento con el apoyo de la Fundación Vicente Ferrer. Me pusieron un chófer y un intérprete y eso me ayudó muchísimo y me hizo sentirme una privilegiada. Fue algo completamente diferente al resto de mis viajes porque siempre viajo sola y como no hablo idiomas me hago entender con señas y dibujos. Además, gracias al magnífico trabajo durante todos estos años de la fundación, en muchas casas están encantados de abrirte las puertas.
-Al final iba para 15 días pero se quedó mes y medio?
-Sí. Fue una experiencia que me enganchó tanto desde el primer momento que enseguida noté que iba a necesitar más días. Y eso que también hubo momentos muy duros al fotografiar a niños con parálisis cerebral, ciegos, mujeres maltratadas o niños sordos. También cuando entré en los hospitales, en los ambulatorios o en las casas de acogida donde coincidí con muchas madres jóvenes con hijos. Y es que no hay que olvidar que estamos hablando de India, un país donde si eres mujer y tienes discapacidad es muy duro salir adelante.
[La ‘Tierra de sueños' de Cristina García Rodero ilumina el Paseo Vara de Rey de Ibiza]
-Aún así consiguió captar muchas sonrisas. ¿Como lo hizo?
-Con empatía. Aunque parezca una tontería es algo básico en todos los ámbitos de la vida y más si llevas una cámara de fotos e intentas invadir la intimidad de las personas para captar una historia que perdurará para siempre.
-¿Es verdad que llegó a hacer 70,000 fotos de ese viaje?
-Sí. Sin darme cuenta el proyecto me atrapó sin posibilidad de escape. Además, me sentía en deuda con la Fundación La Caixa y la Fundación Vicente Ferrer por la confianza que habían depositado en mí para hacer el viaje y las fotografías.
-¿Y cómo hizo la selección?
-Resultó muy complicado la verdad. Ten en cuenta que hubo una primera selección de unas 130 fotografías que formaron parte de un libro, después unas 80 de una exposición en espacios cerrados y ahora la mitad para que se expongan al aire libre.
-Convertir el Paseo Vara de Rey en una galería al aire libre parece una muy buena idea en los tiempos que corren donde se huye de los espacios cerrados.
-Es genial. Sacar al arte a la calle es fantástico porque hace que las fotografías se mezclen con la gente como se había hecho pocas veces. Es genial ir a pasear entre las imágenes, hacer la compra, recoger al niño o ir a tomarte algo mientras sientes como las instantáneas se meten en tu vida. Además, por la noche, con la iluminación, todo se convierte en algo mágico a la luz de los faroles. Ojalá se sacara más veces el arte fuera de las galerías.
-A lo largo de su trayectoria usted ha fotografiado muchos temas. ¿Se queda con alguno?
-Realmente yo fotografío lo que me emociona. Para apretar el botón de la cámara solo necesito encontrar algo que me llene dentro. Puede ser bueno, malo o regular pero tiene que ser algo que me choque y me produzca una emoción. Y eso me pasó por ejemplo en Anantapur. Allí todos querían ser protagonistas, siempre tenían una sonrisa y las emociones estaban presentes en cada rincón de cada calle o en cada columpio.
-¿Qué podemos aprender de esta exposición y de sus imágenes?
-Que la vida está llena de desigualdades que no podemos olvidar. Que es muy injusta y cruel sin que los que vivimos en el Primer Mundo lo valoremos lo suficiente. Ojalá las fotografías hagan reflexionar, por ejemplo, sobre la situación de los niños con parálisis cerebral en un país como India. O sobre los niños que han contraído la polio con siete años y ya tienen su vida marcada para siempre. ¿Y sabes que es lo mejor? Que en la mayoría de los casos nunca pierden la sonrisa.
-Tal vez eso tendrían que aprenderlo nuestros jóvenes.
-Sin duda. Que sepan que esta gente, sin ser tan afortunada como nosotros, siempre sonríen y son capaces de adaptarse a las circunstancias quejándose lo menos posible. Ver como las niñas ciegas de India se adaptan a sus circunstancias y que dentro de sus posibilidades se apañan para tirarse por un tobogán es algo que marca para siempre.
-Usted tiene una relación especial con India. ¿Cómo ve la situación que está viviendo actualmente el país por el coronavirus?
-Es terrible. Afortunadamente yo pude salir de allí antes de que todo se complicara más aún, sintiéndome de nuevo una gran privilegiada. Y es que antes de todo lo que estamos viendo ahora mucha gente emigró de la ciudad al campo huyendo de la pandemia y muchos se quedaron por el camino.
-¿Vivió el auge del virus en primera persona?
-Casi se puede decir que sí. Estaba haciendo un trabajo sobre los festivales y las tradiciones para un futuro libro y no fue hasta que llegue al hotel después de fotografiar un festival Holi de los colores y puse la televisión cuando fui consciente de la situación. Recuerdo las primeras imágenes de Madrid desierto, de un médico diciendo que solo usáramos las urgencias si era algo estrictamente necesario y de la televisión india en la que solo entendía las cifras de muertos y contagiados. Después llegaron las llamadas de familiares y amigos y una aventura que parece de película.
-¿Por?
-Porque en un momento dado pensé que lo mejor era irme a Goa a pasar 14 días aislada en la playa. Sin embargo, me avisaron de casa diciéndome que la cosa iba en serio y que tenía que salir urgentemente. Al día siguiente se cancelaron los vuelos internacionales como uno que yo tenía para dentro de 15 días. Afortunadamente conseguí uno con tres escalas pero a mi llegada a Rumanía también me quedé allí atrapada al cancelarse los vuelos. De nuevo me consiguieron un pasaje vía Amsterdam y después de día y medio sin parar y sin comer conseguí llegar a casa. Me tomé unos espaguetis, me duché y me dormí. Y el resto ya es historia.
-¿Siente que el coronavirus ha marcado un antes y un después en nuestras vidas? Que ya nada será igual...
-Por supuesto. Por ejemplo en mi caso, con mi edad, un año perdido cuenta mucho. Voy teniendo unos años y tengo que aprovechar al máximo cada momento.