Joan Botja y su hermano Pep fueron los primeros en llegar a ses Roques Altes nada más producirse el accidente aéreo. Era el 7 de enero de 1972 y acababan de fallecer 104 personas que viajaban en un Sud Aviation SE 210 Caravelle VIR de la compañía Iberia que realizaba el vuelo regular 602 (IB-602) entre Valencia e Ibiza. Este avión chocó contra Sa Talaia.
«Era un día con mucha niebla, muy oscuro. Fui a buscar mi coche y un vecino de Sant Josep se acercó y me dijo que pensaba que una avioneta se había estrellado en la zona de sa Talaia. Él se fue a avisar al Ayuntamiento y mi hermano y yo nos dirigimos allí. Comenzamos a subir, dirección Cala d´Hort y, de repente, junto a la carretera nos encontramos con un motor encendido. Seguimos subiendo y ya nos topamos con una imagen que uno no puede ni imaginar: fuego, muertos, olor a gasolina. No sabíamos qué pensar», relata el expolítico ibicenco.
Los Marí Tur rondaban la treintena y Joan todavía se estremece al hablar de esta vivencia. Explica cómo tuvieron que encargarse en la Península más de 100 ataúdes porque en Ibiza no había suficientes y recuerda la llegada de los camiones militares para llevar a cabo las labores de recuperación de los restos.
«Llevaron todos los ataúdes a la plaza de Sant Josep. Uno ya se puede hacer una idea de lo que fue aquello. El funeral fue oficiado por el obispo de entonces y por el cura de Sant Josep, mossènyer Coques. Vinieron muchos familiares de Algemesí porque entre las víctimas había numerosos vecinos de allí, trabajadores de la construcción que volvían a la isla después de las vacaciones de Navidad», relata Marí Tur.
Joan Botja lamenta que, entre los fallecidos, se encontraba su colega Rafael, un profesor del instituto que había viajado a Sevilla para contraer matrimonio: «Me había invitado. Si llego a ir a la boda, a saber qué hubiera pasado conmigo».
Quien tuvo mejor fortuna fue la conocida Smilja Mihailovitch que debía regresar a Ibiza en el vuelo accidentado. En el último minuto, un millonario residente en Sant Joan la convenció para viajar en su avioneta privada.
Marí asegura que no pudo comer carne durante mucho tiempo después de acudir a Ses Roques Altes. «Ni el infierno debe ser peor», insiste. En su caso, tardó también años en volver a la zona. Ahora visita con asiduidad la capilla erigida en honor a las víctimas. «Hace 50 años, Ibiza se cubrió de niebla y de luto», concluye.
José Manuel González era sargento de Infantería en Ibiza en 1972. Días después de la catástrofe participó junto a otros militares en las tareas de recuperación de restos. Se da la circunstancia de que, tras las fiestas, González regresó a Ibiza procedente de Valencia dos días después del accidente. Su familia desconocía su paradero y el hecho de que en ses Roques Altes fueran encontrados unos zapatos y un paraguas similares a los suyos hizo temer a sus padres lo peor: «Cuando me enteré del accidente, me puse en contacto con mi familia y mi padre se enfadó mucho porque no había llamado antes».
Compañeros de destacamento, como un alférez y otro sargento con su familia con el que el militar había salido la noche antes del siniestro, perdieron la vida en Sant Josep.
Este leonés recuerda cómo el Obispado solicitó a la Capitanía General un pelotón para completar la limpieza de restos en la montaña. En esta durísima tarea que se prolongó durante cinco días, González estuvo al mando de otros 10 soldados: «Cuando llegamos, la parte de arriba era increíble, como si hubiera pasado un cataclismo. Estaba todo lleno de papel y había una cantidad de ropa incontable, mucha colgada de los árboles. También había muchos restos humanos. La labor de mis compañeros fue encomiable. Tenían que subir a los árboles a recuperar todo esto».
En la zona más baja de la montaña, los soldados iban quemando los restos de papel y ropa, mientras que los humanos se depositaban en el cementerio de Sant Josep. «Mucha gente ni se encontró», lamenta. Entre ellos, la hija de corta edad de su compañero con quien había salido en la Noche de Reyes. Fue tal la dureza de los trabajos que muchos de estos soldados fueron incapaces de comer durante días, recuerda el militar.
Otro dato llamativo que repasa José Manuel es que, siguiendo indicaciones, si se hallaba cualquier documento identificativo junto a un resto humano, se daba por sentado que aquella era la identidad del fallecido. Cadenas, relojes, billetes «empapados, como bañados en aceite», todo ello fue recuperado por este pelotón de soldados. José Manuel González ha regresado a Ses Roques Altes en alguna ocasión.
El catedrático y profesor Felip Cirer recuerda con detalle también este suceso. En él falleció su profesor de Física y Química, el sevillano Rafael Narváez, compañero de Joan Botja. También murió una compañera de clase residente en Santa Eulària. Pertenecía a la familia Cabrerizo y su padre era fotógrafo. Años después, una de las vías de esta localidad fue bautizada como calle Algemesí en recuerdo de las numerosas personas procedentes de este pueblo valenciano que perdieron la vida en el siniestro.
Cirer asegura que el multitudinario funeral por las víctimas del accidente fue una escena «dantesca». «En casa, por aquel entonces se leía el diario El Pueblo. Fui a comprarlo en varias ocasiones y no llegaba. Después, nos enteramos que era porque se había producido el accidente», recuerda también.
El profesor explica que la noticia se conoció en Vila horas después. La confusión inicial era tal que incluso un barco de Transmediterránea tuvo que salir a rastrear el mar creyendo que podrían encontrarse restos en el agua.
En 1972, Gloria Hernández era alumna de La Consolación y perdió a varias compañeras de clase y a algunos profesores: «Estaba recién llegada a la isla y conocía poco a las otras estudiantes. Una de las fallecidas había viajado con sus padres a Valencia para una revisión médica. Tenían que regresar el día 6, pero cambiaron los billetes porque no recibieron a tiempo los resultados. De esta familia sólo quedó en Ibiza la abuela y una mascota».
Desde hace algunos días, Gloria y sus antiguas compañeras de colegio comentan recuerdos sobre el accidente en el grupo de WhatsApp que comparten.
El mismo día de la catástrofe Juan Riera (Juanito de Can Alfredo) regresaba de Mallorca con su esposa Catalina. Al llegar a Ibiza se enteraron de lo sucedido. Medio siglo después, Juanito no olvida a algunas víctimas como la escritora Trini de Figueroa, casada con un conocido empresario de la isla.
Un documental
José Luis Mir rodó el documental Ibiza. Vuelo 602 sobre el accidente de Ses Roques Altes. En él, recopila testimonios y datos para conocer en profundidad lo que sucedió aquel 7 de enero, hace hoy 50 años. «Siempre había escuchado hablar del accidente, pero uno decía una cosa y otra persona explicaba algo distinto. También oía muchas leyendas populares como que los soldados tuvieron que emborracharse para poder soportar la dureza de los trabajos de recuperación de restos», asegura Mir.
Precisamente en el documental, el militar Mariano Guasch Cañas –fallecido esta misma semana– desmiente este rumor, explicando que él mismo subió seis botellas de coñac para 200 soldados. Lo hizo para combatir el frío.
Durante la grabación, el director consiguió que algunos testigos, a priori más reservados, se abrieran en banda y explicaran sus vivencias con todo lujo de detalles. También, muchos familiares contactaron con Mir para ofrecerle material como fotografías de las víctimas.
«Me quedó una sensación amarga después de escuchar a los familiares. Hoy en día hay otros métodos, pero antes los cuerpos se reconocían a ojo y si se veía un cuerpo, la forma de reconocerlo era si tenía la cartera cerca o algún documento. La mayoría de víctimas no pudieron ser reconocidas y no fueron entregadas a sus familiares, quienes están muy tocados por esto», lamenta Mir. El hecho de que entre las víctimas hubiera familias enteras que perdieron la vida en el accidente es algo que impresiona a Mir. «Fue un auténtico drama», concluye.