«Me rapé la cabeza y me pinté los labios de rojo». De esta manera tan apabullante, Maite Martínez afrontó el impacto de sus cambios físicos causados por el cáncer y su tratamiento. Muy lejos de estar agostada por la enfermedad, esta mujer de 46 años siempre tuvo la certeza de que se iba a curar, y así fue.
Relata, visiblemente emocionada, que cuando recibió la mala noticia de que tenía cáncer de mama y que había que operar cuanto antes, puesto que el tumor alcanzaba un diámetro de cuatro centímetros, la oncóloga cirujana le tendió unos pañuelos de papel sobre la mesa por si quería llorar.
Maite los observó durante unos segundos, giró la cabeza hacia atrás para mirar a su madre, le devolvió sutilmente el paquete cerrado a la médica y espetó: ¿Estás bien mamá? ¿Qué tengo que hacer y cuándo empiezo a curarme?
El único camino
A partir de ese momento, Maite decidió que el único camino correcto era mantenerse entera, lo bastante fuerte para que sus dos hijos, de seis y cuatro años, no notaran ninguna fisura familiar antes de entender la situación.
«Durante mi proceso de recuperación, he intentado hacer vida normal, especialmente por ellos. Los llevaba al colegio, los recogía, los llevaba a natación…», explica Maite intentando reconstruir aquellos instantes cargados de incertidumbre.
Su rostro, que se transforma recordando esos momentos, transmite una suave vulnerabilidad, que sólo queda rota al hablar de sus hijos. «Ellos todavía no son conscientes de la gravedad de la palabra cáncer. Cuando el cabello se me empezó a caer por la quimioterapia y tomé la decisión de afeitarme la cabeza, el mayor quedó impactado al verme. Por eso decidí pintarme los labios de un rojo intenso. A él le gusta mucho este color», señala con una amplia sonrisa.
Relata que, a medida que la enfermedad avanzaba, su cuerpo empezó a atravesar muchos cambios. «Cuando me observaba en el espejo, sólo miraba mis ojos y mi boca. Era la única forma de reconocerme a mí misma», comparte. Para Maite, ambas partes del cuerpo quedaron casi intactas, la enfermedad no dejó huellas visibles sobre estas facciones.
P
ese a tener una positividad arrolladora en todo momento, Maite admite que el proceso de lucha contra la enfermedad fue duro.
Lo más complicado llegó el día de la mastectomía, la cirugía en la que se extirparía totalmente su seno, incluyendo todo el tejido mamario para extraer el tumor. En este sentido, recuerda que, en un principio, la operación se tenía que realizar en Palma porque ningún hospital de Ibiza tenía Servicio de Cirugía Plástica hace cuatro años. «Fui la primera paciente en la isla que se sometió a una mastectomía y a una cirugía de reconstrucción mamaria», señala con nostalgia.
Tras la operación, que duró cerca de nueve horas, Maite no se podía creer lo que vieron sus ojos frente al espejo. «Todo quedó muy natural, también me remodelaron la otra mama para igualar ambos senos. No tengo ninguna cicatriz», puntualiza. Comparte que la reconstrucción del pezón fue hace sólo dos años, puesto que los pacientes tienen que dejar pasar un tiempo después de la mastectomía. Sin duda, ver el resultado final fue como una inesperada inyección de moral para ella.
«Tras la cirugía, yo sólo podía pensar en volver a trabajar lo antes posible», subraya. Maite lleva doce años trabajando como cocinera en el Hotel Royal Plaza de Ibiza.
«Todos mis compañeros me han apoyado desde el principio. En cuanto terminé la quimioterapia y mi especialistas me dijo que ya estaba recuperada, no tardé en regresar», subraya emocionada en una de las mesas habilitadas en la gran sala del hotel.