En pleno centro de Vila, la Vía Romana atraviesa más de 600 metros de la capital ibicenca. Un recorrido ubicado en una tierra que, para los primeros habitantes de la isla, suponía un lugar más que sagrado, desde el siglo V A.C. hasta la época romana, en el que dar sepulcro a las más altas personalidades de esa sociedad en la necrópolis de Puig d'es Molins.
En su recorrido, que nace en la avenida España y que desemboca en Portal Nou, el comercio local supone un porcentaje mínimo en una calle protagonizada por viviendas discretas. Sin embargo, más allá del comercio local, el corazón de esta arteria ibicenca reside en la clínica Nuestra Señora del Rosario y, a las horas punta, en el colegio Nuestra Señora de la Consolación. Ambas localizaciones suponen el destino del grueso del flujo humano de esta calle, pese a albergar el museo más importante de la isla, el de Puig d'es Molins.
«Tranquila»
Una calle en la que todas las personas encuestadas por Periódico de Ibiza y Formentera coinciden a la hora de calificar como «tranquila». Tal como comenta Luis desde Armaris, un local de fabricación de muebles, «el único trajín que se puede ver en esta calle es el de las ambulancias». Otro de los locales que se encuentran en la Vía Romana es la sede de la ONCE en Ibiza, de allí salía Miquel, con un perro lazarillo, Fosc, para su esposa, que opina que esta calle es «tranquila y bastante limpia aunque, como todas, podría estar mejor. Tiene bastante movimiento, eso también es verdad». No hay calle sin cafetería y, en la vía romana, la cafetería de toda la vida es ‘Artesans'. Allí trabaja Susana, que admite que la limpieza de la calle «va a días» y, respecto al movimiento de gente frente a la cafetería, «se nota más por las mañanas, que es cuando hay afluencia de gente a la clínica y se nota. Por las tardes, la calle está muerta».
Julián y Alejandro, padre e hijo, desayunan en la cafetería en el descanso de su trabajo, «la calle está muy bien, aunque le pasa lo mismo que a las demás de la ciudad: le falta aparcamiento y un poco más de limpieza» coincide Julián con su hijo, que añade que «es muy tranquila, no es nada escandalosa».
Jenny es vecina de la zona y coincide con Julián y Alejandro a la hora de analizar la calle. Más allá del estado del firme, Jenny, que pasea a su perro, Duke por la calle, pone el foco en el vecindario que «va a su bola y no te juzga, aunque salgas a pasear al perro en zapatillas. Además, nadie tiene problemas con los perros y, escuchar el griterío de los niños en el colegio, es una alegría».
Frente al museo, a unos metros de la clínica, Aylen trabaja en el gimnasio Ebodypro y está encantada con la ubicación de su trabajo. «Parece que estamos en el campo. Delante solo tenemos verde y pega el sol durante todo el año».
Su jefe, Luis, bromea con su vecindario de la necrópolis, «son unos vecinos extremadamente tranquilos, a parte de ‘Benicio el fenicio', que se manifiesta por las noches» antes de reconocer la influencia de la clínica a la hora de «hacer que la calle sea un poco bulliciosa. También influye el colegio, que a ciertas horas hace que haya bastante tráfico y poco aparcamiento»