«Solo pasan una vez a la semana. Dan un manguerazo y se van». Así describe una comerciante de la calle de Enmig, en el barrio de la Marina, el servicio limpieza municipal que se realiza en esta emblemática vía en el inicio de la temporada turística. «Si esto está limpio hoy», prosigue, «es porque somos los comerciantes los que cada día limpiamos la calle. El Ayuntamiento no hace absolutamente nada».
A media mañana, la calle de Enmig está impoluta. Algunos comerciantes acaban de limpiar ahora el trozo correspondiente a sus establecimientos. Otros ya han hecho el trabajo. «Antes teníamos a un barrendero que iba por la calle limpiando y recogiendo lo que deja la gente», explica el propietario de un conocido establecimiento de la calle, «pero te hablo de hace años. Ahora solo hay una papelera y tienes que estar pendiente de lo que tiran los turistas al suelo o de lo que te dejan en la terraza, para que no se te manche nada».
Ninguno de los comerciantes con los que ha hablado Periódico de Ibiza y Formentera en la calle de Enmig ha querido identificarse. Dicen que temen las posibles «represalias» del Ayuntamiento de Evissaa. «Bastante tengo con lo que nos están haciendo como para meterme en más líos», dice una de ellas. Otro apunta: «El problema es que no nos hacen caso y, además, hacen las cosas sin dar explicaciones». En opinión de todos ellos, el principal responsable de la situación de la calle es el concejal de Patrimonio, Pep Tur. «Dice que pasa por aquí a diario», asegura una de las comerciantes, «pero pasar con la bici no es estar aquí y ver lo que está sucediendo». No se olvidan tampoco del responsable de la limpieza en la ciudad, el edil Jordi Salewski, al que exigen mayor atención hacia una calle que forma parte del Patrimonio de la Humanidad. «No puede ser que la calle esté en estas condiciones y que el Ayuntamiento mire hacia otro lado», apunta uno de los afectados.
A la falta de limpieza se une desde el año pasado un problema que preocupa cada día más tanto a los comerciantes de esta calle como a los del resto del barrio. Se trata de la inseguridad. En el caso de la calle de Enmig, esta se ha visto agravada por la repertura del callejón que conecta esta vía directamente con sa Penya. El trasiego de yonkis es constante. Algunos de ellos llegan en bicicletas que aparcan a las puertas de los mismos comercios y acceden a través del callejón a «narcopisos». En el rato que este rotativo permanece en la zona, nada menos que cuatro hombres suben por el callejón y bajan poco después, algunos de ellos con el papel de aluminio necesario para consumir la dosis a la vista. «Así estamos cada día», lamenta una de las comerciantes de la calle, «es un no parar. Llegan, ponen la bici donde les da la gana y luego bajan y se van. Otros vienen andando y bajan en un estado lamentable». «Cada vez damos peor imagen», comenta otro comerciante, «antes esto no era así. El callejón se cerró por estos problemas y, una vez que Pep Tur decidió volver a abrirlo, estamos igual que hace años».
El presidente de la Asociación de Comerciantes de La Marina, Joaquín Manuel Senén, señala, por su parte, que la falta de limpieza es «ya casi una tradición en esta zona». Pero, en su opinión, es el de la inseguridad el «problema que más preocupa en estos momentos». «Cuando el callejón estaba cerrado», explica, «si se producía un robo en una tienda, te bastaba gritar para que otros comerciantes salieran y cogieran al que te había robado, que no se podía escapar de la calle. Ahora te roban y salen corriendo por el callejón. Una vez que se meten ahí dentro ya no tienes nada que hacer».
Senén afirma que el Ayuntamiento «sabe» que los comerciantes «están en contra de la reapertura de este callejón». Y añade que «debe prevalecer la seguridad antes que el interés comercial» porque «cualquier día habrá un susto gordo de verdad y, entonces, sí que correrán a cerrarlo». El presidente de los comerciantes tiene claro que la presencia de numerosos yonkis en la calle «da muy mala imagen» y se pregunta cómo es posible que el Consistorio esté permitiendo esta situación «en una zona que es Patrimonio de la Humanidad». «Los guías turísticas», expone a modo de ejemplo, «ya ni siquiera se atreven a meterse con los grupos por aquí. Suben a Dalt Vila y bajan directamente al puerto pero no quieren callejear por miedo». «Al final», concluye, «algunos están convirtiendo en un gueto determinadas zonas del barrio y se está haciendo a propósito. Por mucho que aquí vivan algunos policías nacionales, eso no sirve de nada porque se ríen de ellos».