Entre el Mercadona de sa Carroca y el IES Algarb se encuentra un enorme solar sin edificar que a primera vista, desde la carretera principal, parece completamente vacío. Al acercarse destacan algunos vehículos aparcados al lado de montones de basura. La mayoría de estos montículos corresponden a residuos de construcciones, con sacos llenos de azulejos rotos y tubos de obra, pero también pueden verse latas, botellas y multitud de plásticos. Un poco más allá, tras un antiguo muro payés, comienzan a verse tiendas de campaña.
En una de ellas se preparan cuatro hombres para tomar el té, a eso de las 11.00 horas. Uno de ellos limpia platos con una bayeta y otro invita a sentarse, cordialmente, para el almuerzo. Bajo el refugio de unos de los pocos árboles del descampado, una decena de señores, jóvenes y mayores, charlan en círculo mientras comen antes de ir a sus respectivos trabajos. Son muchas las tiendas de campaña que hay esparcidas por el terreno, donde unos 60 trabajadores se apiñan para dormir e intentar descansar todas las noches. «Llevo desde el 2008 en Ibiza, he estudiado aquí, tengo todo en orden pero justamente este año me he quedado sin alquiler, y mira que conozco la isla y a todo el mundo», explica uno de los residentes del asentamiento improvisado. Sus vecinos, expone, no tienen ese privilegio y terminan prefiriendo venir a la isla a trabajar aunque sea en estas condiciones para poder «ganarse el pan». «Aquí el tema es ese: gente que trabaja que se ha quedado sin alojamiento. Pero no solo saharauis, que somos la mayoría. También hay guardias civiles o personas del hospital», añade.
Frente a su refugio improvisado, que consiste en unas lonas de plástico y unos pequeños árboles para dar cobijo, algún palé y un colchón donde se acaba de despertar un compañero suyo, el joven aclara que esta situación no es nueva. «Esto comenzó en 2020 con toda la pandemia. Tú no puedes cobrar 1.500€ y pagar por una habitación de 750€ porque tienes un remolque detrás, tienes a tu familia», indica. Bajo la poca sombra de los árboles, varias de estas personas clarifican que solo vienen al descampado a dormir cuando terminan de trabajar: «Por la mañana cada uno se va a su sitio y esto se queda prácticamente vacío».
En un lugar así, sin embargo, condiciones básicas como el agua o la higiene escasean: «Cada uno intenta ducharse en su trabajo, aunque algunos te lo permiten y otros no». Los propios residentes temporales del solar inciden en que nunca han tenido problemas, ya sea entre ellos mismos o con la Policía y vecinos. «A nadie le gustaría vivir así, sin agua, sin luz y sin techo. Y eso es lo mínimo», se despiden.
Por otro lado, estos trabajadores no son los únicos que tienen que acudir al descampado para dormir. Rodeado de montones de escombros y basura está el coche de Robert, un eslovaco que lleva cosa de un mes en el solar tras sufrir varios robos y no tener empleo fijo. «Me robaron la mochila donde guardaba el pasaporte, el dinero, el carnet de conducir… Todavía no tengo el NIE, no puedo tener trabajo ahora», se queja. Mientras Robert habla, trata de sacar a sus dos perros de debajo de la furgoneta abandonada donde duermen él, su pareja y los animales. «No me he quedado sin nada. Estoy intentando recuperarme, hago pompas en Vara de Rey y a ver si arreglo lo de los documentos, ya tengo la denuncia de la Policía», explica.
El eslovaco, que llegó a España en 2017, si bien no vino a Ibiza hasta el año 2020, se queja de la basura: «Yo tengo los dos perros sueltos, y ellos lo saben. Por eso me ponen las bolsas de basura, de comida, al lado de mi coche para que los perros no se les acerquen». Robert, sin embargo, señala que los principales contribuidores a que haya tanta suciedad son los camiones de obra y «la gente que viene con el coche y lanza su basura por la ventana».
Los vecinos
En el límite del terreno pasea una alegre vecina que va con prisas para ver a su nieto. Al ser preguntada por el asentamiento, responde rápidamente que le parece «fatal» y que está «lleno de basura». Asimismo, relaja el tono enseguida: «Es una pena muy triste que tengas que venir a trabajar y acabes viviendo en un sitio así», opina con preocupación en el rostro. La señora, que vive más abajo, no menciona ninguna molestia aparte de la basura que puede verse al pasar por al lado del solar. «Me quejo pero no me quejo, porque en realidad no me puedo quejar», explica la vecina. Desde el camino, un poco más arriba del coche y la furgoneta de Robert y alejado de las tiendas de los trabajadores saharauis, la mujer echa la culpa a las administraciones por no preparar «un lugar adecuado donde puedan vivir estas personas». «Me molesta más el ruido de los hoteles, que a veces me obliga a bajar las persianas por las noches para poder dormir, que no estos pobres que no tienen donde vivir», insiste, si bien cree que podrían hacer un mayor esfuerzo por recoger sus residuos, que «ensucian la naturaleza y podrían ser peligrosos».
Frente al solar hay una urbanización cuyos residentes no soportan más la basura y el mal olor. «Al salir de casa, o incluso si se abre la ventana, a veces llega el hedor que desprenden desde el campamento porque claro, hacen sus necesidades ahí mismo», se queja un vecino. Era habitual en la comunidad salir a pasear a los perros en el descampado, pero ahora afirman sentir miedo incluso por los niños: «Hay un tío en un coche que se pasea desnudo, le da igual que le vean. Está medio drogado y se baña sin esconderse. Ya estamos hartos».
«Nosotros entendemos que es una situación muy jodida, que en su mayoría son personas con trabajo que no pueden permitirse una vivienda, pero también hay que empatizar con los vecinos que aguantamos su comportamiento», expresan desde la comunidad de vecinos. Miembros de la urbanización también se sienten desprotegidos ante la amenaza de que se desate un incendio por las enormes cantidades de residuos y el gas con el que cocinan, unido todo esto a las altas temperaturas veraniegas y al hecho de que el asentamiento se encuentra en un solar muy seco con vegetación altamente inflamable.
Uno de los vecinos insiste en que se trata de «un tema de higiene y de seguridad, porque aquí hay familias con niños pequeños que ya no pueden salir tranquilas». Esta comunidad, juntamente con otras casas de la zona, se ha encargado de transmitir sus quejas al nuevo ejecutivo del Ayuntamiento de Sant Josep.
El Ayuntamiento
Desde el Consistorio explicaron a Periódico de Ibiza y Formentera que hasta el momento se han identificado a más de 60 personas que viven en este solar, al tiempo que se ha acotado el acceso a la finca por la parte inferior. Además, han instado al propietario de este solar a que proceda a su limpieza y destacaron que el Consistorio ha hecho y está haciendo todo lo que está en su mano dentro de las herramientas legales que existen y que pueden aplicar.