En 2022 el Ayuntamiento de Ibiza presentaba la remodelación del camí de can Murtera. Un proyecto que, decían quienes entonces gobernaban en la ciudad, debería ser el modelo a seguir en la rehabilitación de otros caminos similares. Una orgullosa Elena López mostraba entonces a los periodistas el resultado de una intervención que, estéticamente, era impecable. La grava limpia, los márgenes cuidados, la iluminación, el agua clara corriendo por una de las acequias… todo para conseguir que los viandantes utilizaran aquella vía que discurre entre ses Feixes d'es Pratet y el aparcamiento. Un año después la realidad es muy diferente. El camino muestra un estado de dejadez preocupante y en el lado que da al pulmón verde de la ciudad se están instalando grupos de personas que no saben cómo salir de la espiral de la miseria.
Esmeralda Llanos, española, vive dentro de ses Feixes. Junto a su marido, el ecuatoriano Wilson Sánchez, ha venido a visitar a los amigos que han ocupado la casa del camí de can Murtera. En el exterior de la infravivienda, habilitada con camas y algunos muebles, han instalado una pequeña cocina, una mesa, sofás, sillas sobre palets porque la humedad es insoportable… Unos conejos blancos observan desde su jaula la escena. Esmeralda y sus amigos comen un guiso de arroz, caldo y carne, rodeados de suciedad y miseria.
«Yo he perdido a mis cinco hijos», cuenta Esmeralda, «están cuatro en sa Coma y el más pequeño en el centro de menores de Santa Eulària. Me los han quitado porque no podemos tener una vivienda». Explica que no trabaja pero que en breve empezará un taller de los impartidos por Cáritas. «Antes vivíamos en la favela que hay enfrente del Club Náutico pero ahora nos hemos ido más adentro», prosigue, «estoy mal porque no me devuelven a mis hijos hasta que no tengamos un piso. Al pequeño lo veo los sábados y los otros vienen a verme ellos. Los han separado por edades. Los niños son los que pagan esta situación y no tienen culpa de nada. Gracias a Dios, no nos falta para la comida, pero no podemos tener un piso».
Su marido va sirviendo los platos del guiso que ha cocinado él mismo. Asegura que lleva 24 años en Ibiza y que ahora cobra 800 euros mensuales en concepto de paro. «Con eso no pagas ni una habitación», lamenta, «pero tenemos suerte porque al menos estamos a cubierto. Toda esta zona está llena de gente y dentro hay más. Esto es un pueblo dentro de la ciudad».
El ecuatoriano Fabián Benítez, 23 años en la isla, es una de las personas que ha ocupado la antigua casa de can Murtera. «Llevamos meses aquí porque lo de la vivienda está muy mal», afirma, «yo ahora he encontrado trabajo pero los precios de las casas son muy caros. Al final solo trabajas para pagar. Yo tengo, incluso, la nacionalidad española pero te ponen condiciones para alquilar que no se pueden cumplir».
Detrás de la colonia de gatos callejeros, Cándido Machado ha arreglado un pequeño cuarto para poder vivir ahí. Es brasileño y lleva siete años en Ibiza. Su último trabajo fue de jardinero y ahora hace voluntariado a la espera de que su situación personal mejore. «Yo tengo aquí a mis hermanas», relata entre risas en su conversación con Periódico de Ibiza y Formentera, «pero me he quedado en la calle. No tengo papeles, solo el pasaporte». Como el resto de sus compañeros, su problema es la imposibilidad de acceder a una vivienda en condiciones: «Tengo arraigo social pero no consigo un lugar donde vivir. Es muy difícil».
A lo largo del camino, se pueden observar varias tiendas de campaña y mucha, demasiada, suciedad. Al final, un desvío lleva hasta la favela del Club Náutico, donde también abunda la basura. Un par de ratas cruzan de un lado a otro la calle. Puertas cerradas en los restos de unas naves en las que no debería vivir nadie pero en las que sí están residiendo personas que no pueden acceder a otra cosa. Para la presidenta de la Asociación de Vecinos de es Pratet, Carmen Cárcel, la situación es «muy preocupante». «El camí de can Murtera», asegura, «se ha convertido en un cúmulo de porquería. Y donde se ha quedado esta gente hay de todo: muebles, colchones, camas, cocinas… Es un peligro».
Cárcel señala que muchos vecinos han trasladado a la asociación su preocupación ante lo que está sucediendo. «Ahí no hay ningún permiso ni ningún control de nada y tienen hasta una cocina en el exterior», relata, «puede haber incendios y los vecinos ni siquiera abren las ventanas porque tienen allí a esta gente defecando y orinando en medio del camino. Esa parte es la más peligrosa». La presidenta de este barrio tiene claro que «todo el mundo necesita una vivienda», pero, a la vez, señala: «Eso de can Murtera no es una vivienda digna y están perjudicando a los demás porque hay malos olores, riesgo de incendios, sensación de inseguridad… La remodelación del camino fue una de las mejores cosas que hizo el Ayuntamiento en la legislatura anterior y ahora está destrozado. La gente no quiere pasar por ahí por la sensación de inseguridad que tienen, sobre todo en la parte de la casa».