La catedrática en Ciencias Biológicas, Antònia Maria Cirer, aborda aspectos de su vida y de su trabajo en el programa de la TEF, Bona Nit Pitiüses con Toni Ruiz. En la conversación, la invasión de las serpientes y la necesaria protección de la lagartija pitiusa forman parte de la charla.
— Ahora se habla mucho del papel de la mujer en la ciencia, pero cuando usted comenzó debía ser de las poquísimas mujeres en este campo. ¿Por qué existía esta mala relación entre la ciencia y la mujer?. Grandes nombres han quedado deliberadamente ocultos.
—Deliberadamente ocultos. Ha dicho la palabra exacta. No es ningún secreto que las mujeres nos hemos incorporado más tarde que los hombres en todas las áreas de la vida. Llevamos mil años de retraso como estadistas. Los hombres siempre han sido estadistas. Las mujeres, algunas, pero muy pocas han hecho historia como militares, literatas y también científicas. Cuando empecé no me daba cuenta porque tuve una educación que pretendía ser igualitaria y en ningún momento en el instituto noté que el hecho de ser mujer me debía cerrar alguna puerta. Fui una ingenua y me lancé al mundo pensando que, si una vale, no hay ningún motivo para creer que existen obstáculos. Gran error y, evidentemente, me encontré en un mundo de hombres. Incluso, cuando fui a hacer la tesis doctoral a Jaca, donde me atendieron muy bien, mis compañeros de Barcelona me decían que allí las mujeres sólo servían café y que en aquel laboratorio no había ninguna mujer. No había ninguna científica y, efectivamente, todo el personal subalterno eran mujeres.
— Usted tenía un precedente que marcó su camino: su madre, una mujer avanzada a su tiempo.
— En aquel tiempo existían las escuelas masculinas y femeninas y en éstas había siempre una profesora. Lo que no era muy habitual era que las familias pagaran la carrera de Magisterio a las hijas. De hecho, mi madre se fue a estudiar a Mallorca con 16 años. Una ibicenca, hija de gente humilde y no de las grandes familias adineradas que vivían en Vila, que se fuera a estudiar fuera, ya era una transgresión social e importante.
— Debemos decir que esta revolución, sin embargo, todavía venía de más atrás, de su abuela.
— Sí porque fue ella quien pagó los estudios a su hija y la mandó con 16 años a estudiar a Mallorca. Mi abuela tenía hijos e hijas y cuando alguien le decía que esto de pagar carreras a las hijas era como tirar el dinero a la basura porque después se casan, ella siempre contestaba que es a las hijas a quien hay que pagar los estudios porque los hombres siempre salen adelante. Un mal paso en la vida lo puede dar todo el mundo, pero los hombres tenían más posibilidades de salir bien parados. Un mal paso para una mujer era un problema muy grave y la única salvación era si tenía estudios y podía salir adelante.
— Si hablamos a principios de los años 80, usted comienza a dar sus primeros pasos como científica. Incluso pudo decidir a qué quería dedicarse.
— Sí, pero sigue existiendo hoy en día un techo de cristal que continúa ahí y que no hay manera de cruzar y no paras de chocar contra él. Un ejemplo: la mayoría de mujeres hasta hace diez años firmaban con sus iniciales y ahora comienzo a ver científicas de 30 años que ponen su nombre para que se vea que son mujeres. Con las iniciales, si no se sabía si era una opinión masculina o femenina, todo quedaba mejor refrendado. En el momento que había una teoría o un estudio científico firmado por una mujer, la comunidad tendía a menospreciarlo, a rebajar esas expectativas. Las mujeres nos dimos cuenta de ello y así, firmábamos con las iniciales para estar a la misma altura que los hombres.
— También algunas mujeres incluso se hacían pasar por hombres.
— O firmar con el nombre de su esposo. Estuve durante periodos de investigación en Alemania y Francia y veía que las mujeres, al casarse, se cambiaban el nombre. Me decían que así les publicaban los trabajos y que si seguían con su nombre de soltera, iban a tardar mucho. Espero que nuestras nietas ya no deban pasar esto.
— ¿Qué papel juega hoy en día la mujer en el mundo de la ciencia?
— Ahora sí que quiero romper una lanza a favor de que las niñas estudien ciencia porque, así como hasta ahora teníamos este problema, la sociedad tiene la ley del péndulo y, cuando detecta alguna carencia, se pone a solucionarla y hay ahora muchas ventajas para que la mujer acceda a becas o a formar parte de trabajos de investigaciones o de equipos. Incluso mujeres que quieran ser madre disponen de permisos y pueden compaginar mejor la maternidad con el trabajo y hay más facilidades. Si tuviera ahora una hija de diez años le diría que se hiciera científica o tecnológica. La tecnología, la ingeniería, tendrá un ‘boom' de mujeres en diez años y será el momento en que muchas empresas querrán una mujer ingeniera, y no por el hecho de cubrir cuotas. El mundo no se ve igual cuando eres hombre o mujer, al igual que no se ve igual cuando tienes 30 años que cuando tienes el doble. Son perspectivas diferentes y quedan reflejadas en el trabajo que haces, en los diseños que realizas. La visión de una mujer queda reflejada en su trabajo. Hay muchas empresas que comienzan a ver que no pueden desperdiciar este 50% de talento que se nos está escapando y, por ello, habrá este ‘boom'.
— Usted ha tenido un gran vínculo con Barcelona, donde ha vivido mucho tiempo y donde se ha desarrollado profesionalmente.
— Sí, yo me marché a estudiar a Barcelona en el año 75 y volví en 2017, toda una vida. Durante este tiempo he seguido mucho la vida de Cataluña y ejercía de catalana. En Ibiza, tenía un vínculo emocional y familiar y también de trabajo porque desde los años 70 estoy estudiando la lagartija y mi ‘leitmotiv' ha sido investigar sobre los endemismos de Ibiza, pero sólo venía de vacaciones y la problemática social de la isla la tenía en un segundo lugar. Ello provocó que no fuera consciente de lo que estaba pasando hasta que vine para jubilarme y, cuando vine aquí todo el año, ha sido cuando he visto que tenía que invertir todo lo que había aprendido durante tanto tiempo fuera en mi lugar de origen, Ibiza. Por eso, me lancé de cabeza a ser una voluntaria para el medio ambiente y para la isla de Ibiza.
— La situación de la isla no tendrá nada que ver con la de aquel año 75.
— En absoluto. No sólo no tiene que ver el paisaje ni el paisanaje. Ha cambiado todo y ahora tenemos retos muy grandes que debemos afrontar con valentía y sin amilanarnse. Los ibicencos no podemos hacer trampas jugando al solitario. No se trata de culpar a las generaciones anteriores por si hicieron o no. Sabemos muy bien de dónde venimos y por qué se hicieron las cosas durante el siglo XX, pero debemos tener un poco de vista y saber cómo queremos el siglo XXI y XXII. No podemos hacer trampas en el solitario, insisto. Tenemos una situación en la que estamos trabajando para grandes capitales de fuera. Una cosa es trabajar para que la gente viva bien y, otra, para que haya unas corporaciones económicas que inviertan en Ibiza; se lleven el capital que consiguen aquí y los ibicencos seamos quien cambiemos las sábanas. Debemos ser un poco más espabilados y comenzar a poner freno a este despropósito que está acabando con nuestras señas de identidad, y no me refiero a cuatro cosas folklóricas. Las señas de identidad son una manera de vivir, de sentir, de ganarse la vida y de estar en el mundo.
— Este discurso es extrapolable a Formentera.
— Evidentemente. No quiero hablar en su nombre porque están capacitados para decir aquello que piensan, pero así como somos dos islas parecidas y tenemos una historia común hasta hace cuatro días, tenemos visiones particulares y somos diferentes, pero debemos hermanarnos porque en el resto de Baleares no nos entienden y en las Pitiusas tenemos un problema muy grande con las otras islas. Nos ignoran y desde Mallorca nos miran muy a lo lejos y nos tenemos que plantar. Empieza a ser hora de que nuestros representantes ibicencos, que tenemos muchos y buenos, comiencen a defender los derechos de los ibicencos, de Ibiza, y aquello que nos conviene.
— ¿Cree que estos representantes cuando se sientan en determinadas sillas se aclimatan?
— Hace tiempo que no escucho esta frase. Antes, cuando íbamos a Mallorca en barco y éste giraba por Botafoc, había una frase que decía que los políticos de Ibiza en este punto ya dicen ‘Mem'. Ya sólo piensan como mallorquines y no puede ser.
— Usted mantiene una gran lucha con los políticos desde el punto de vista de la defensa de las lagartijas, que tienen los días contados.
— De ahí mi lucha para que las cosas salgan de Ibiza. Es como si estuviéramos en una cúpula de cristal y todos los ibicencos lo entendiéramos bien y el discurso dentro de la cúpula está clarísimo, pero cuando intentamos salir fuera y pedir eficiencia en el trabajo fuera de la cúpula de las Pitiusas, es un techo de cristal que no hay manera de traspasar. En Mallorca, no lo entienden porque ellos no tienen ‘sargantanes' y tienen serpientes desde época romana y no lo entienden. Interpretaron los ecosistemas pitiusos con una gran miopía, como si nosotros miráramos el Sáhara. Lo mismo les pasa a los técnicos o políticos mallorquines desde el punto de vista medioambiental y en Madrid pasa algo similar. No hay manera de que se entienda cuál es la problemática medioambiental que tienen nuestros ecosistemas.
— Es curioso que a Formentera se la conociera como Ophiusa, la isla de las serpientes, cuando hasta hace poco tiempo no había.
— Creo que es un pequeño error etimológico. Desde el punto de vista científico, una serpiente es lo mismo que una lagartija, pero sin patas. Este término de Ophiusa también hace referencia a las lagartijas, así que la traducción podría ser ‘tierra de lagartijas'. Siempre ha sido así y espero que siga siéndolo por mucho tiempo.
— ¿Cuándo llegan las serpientes a las Pitusas?
— En 2003; justo se han cumplido 20 años. En relación a las especies invasoras, mundialmente tenemos un problema muy grande y una avalancha de extinciones. Estamos en lo que se llama la sexta extinción planetaria porque hay muchas especies invasoras, algo que ha traído la globalización de mercancías. Llegan especies de fuera a cualquier rincón del planeta. Si llegan y pueden establecerse, así lo hacen y las especies más oportunistas combaten muy bien con las autóctonas. Así, se están extinguiendo aquellos endemismos de lugares pequeños, muy particulares, y las lagartijas pitiusas entran en este grupo. El problema es que cuando una especie invasora como las serpientes ha llegado, nosotros hemos mirado hacia el otro lado haciendo ver que no lo veíamos cuando los organismos internacionales ya alertaban sobre ello. Hace 20 años llegaron y no les prestamos atención. A partir de 2010, la población comenzó a explosionar de manera exponencial por todas las zonas, sobre todo en Ibiza. Ha habido políticas erráticas de cómo combatirlas y las técnicas de trampeo también han sido erráticas por parte de los técnicos medioambientales que tenían la obligación de tener un planeamiento estratégico de aquello que debían hacer. Hoy tenemos las serpientes por toda la isla. En Formentera, esperemos que no se comentan los mismos errores y puedan aplicarse técnicas de erradicación, no de contención, porque no son suficientes.
— ¿Qué propone en este sentido?
— En Ibiza, hoy en día hemos perdido la batalla. Ahora, sí debemos esforzarnos en contener la plaga, no en erradicarla porque no lo lograremos y será como tirar el dinero al mar. Sí debemos preservar lagartijas en lugares protegidos, tomando el concepto de ‘Arca de Noé' y evitando que las serpientes entren allí de ninguna manera. Por donde entra una lagartija, entra una serpiente y ésta se come a la otra. Deben existir barreras físicas eficientes bien pensadas. Así, bajará esta presión sobre la lagartija y dentro de unos 10 o 20 años podrá hacerse una política activa de erradicación. Mientras, debemos preservar las lagartijas porque en 20 años no habrá ninguna, excepto aquellas que hayamos podido cuidar. Es lo único que podemos hacer ahora y ya veremos después la situación. En Formentera, creo que el problema está acotado en la Mola, por lo que deberían colocarse barreras estratégicas para que las serpientes no pudieran expandirse más allá. Hay que poner trampas y tener una acción activa con perros, que pueden ser unos grandes aliados, usando el humo o aire caliente para obligarlas a salir. El perro, después, las puede capturar.
— Usted ha hablado incluso de «electrocutar olivos».
— Es una idea de la que hablaron técnicos de Medio Ambiente para traer olivos a Ibiza, pero hay cosas más sencillas y fáciles. Una es mantener en cuarentena ese árbol en su lugar de origen y traerlo a Ibiza cuando especies como las serpientes ya no estén hibernando. Los árboles jóvenes, por cierto, no traen ningún problema, son los viejos. En 2023 se aprobó una ley por parte de todos los grupos parlamentarios para proteger la isla de la llegada de estos árboles. Si se hiciera cumplir, es un buen inicio y deben hacerse más leyes así para establecer una vigilancia de todo lo que entra.
— ¿De qué depende la aplicación de esta ley?
— Necesita dotación y recursos y, sobre todo, voluntad que, según creo, es lo que no ha habido hasta ahora. En 20 años no ha habido una voluntad decidida para luchar contra las especies invasoras.