Arturo Goicoechea Uriarte (Mondragón, 1946) es uno de los ponentes que participará este sábado en la I Jornada de Afrontamiento Activo del Dolor Crónico No Oncológico en Can Misses. Un acto dirigido a decenas de profesionales en el que se abordará este dolor más allá del uso de los medicamentos. El doctor Arturo Goicoechea, que impartirá la charla ‘Dolor y aprendizaje', empezó como neurólogo en 1978, ejerciendo su profesión en el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria hasta que se jubiló en 2011. Ahora, tras una dilatada vida profesional, vive en su tierra Mondragón, en Guipúzcoa.
— Hoy se celebra la I Jornada de Afrontamiento Activo del Dolor Crónico No Oncológico en Can Misses y usted impartirá la ponencia inicial ‘Dolor y aprendizaje'. ¿Sobre qué pilares gira esta conferencia?
—Sí, estamos ilusionados de poder participar en esta jornada. En esta ponencia intentaré trasladar a los asistentes que el dolor es la manera que tiene el organismo de comunicarse a través de la conciencia, que hace de interfaz o de navegador para que podamos andar por el mundo sin hacernos daño porque el organismo está en modo alerta y protección. Este proceso es consecuencia de un aprendizaje anterior porque los seres vivos hemos asimilado y aprendido a estar vivos. Todo lo que creemos que nos viene dado -andar, sentir cosas, ver u oír- son el producto de un proceso de aprendizaje muy complejo. Esto mismo sucede con el dolor, ya que el organismo aprende a valorar las amenazas y se expresa en la conciencia con esta sensación a través de un proceso.
—¿En qué consiste este proceso?
—Por ejemplo, durante una enfermedad oncológica este dolor se manifiesta en una zona concreta donde está el proceso patológico, pero muchas veces en la zona del organismo donde se proyecta ese dolor no hay ningún elemento patológico. La explicación a esa sensación se encuentra en el aprendizaje del propio organismo.
—¿Cómo es esta terapia de aprendizaje y qué estrategias son las que deben adoptar los pacientes para afrontar este dolor?
—La estrategia fundamental es el conocimiento del propio organismo porque actúa en función de la información que tiene. Nuestra especie es la única que dispone de expertos que pueden atender consultas y proveer de información a los pacientes. No obstante, no siempre esa información se ajusta a lo que realmente está sucediendo porque a veces los profesionales hacen valoraciones globales de los usuarios con estadísticas y porcentajes, y el dolor, cuando es intenso y afecta a una persona concreta, hay que analizarlo bien porque puede ser que los tejidos estén bien y no se encuentre una prueba patológica.
—¿Cómo explicar a un paciente que siente dolor sin tener patología?
—Primero es importante revisar el proceso de deconstrucción de esas atribuciones y amenazas que no están justificadas. Hay que aclarar que el dolor no es igual al daño y explicar por qué, aunque no exista ese daño, puede aparecer en la conciencia la sensación de dolor, que es siempre real. Lamentablemente, cuando aparece un dolor no justificado, a veces los profesionales echamos balones fuera y decimos que es algo psicológico. De esta manera estamos cuestionando al paciente y lo más importante es validar el relato del usuario y aceptar el reto de una explicación por nuestra parte. Esto es la educación terapéutica en neurociencia del dolor.
—Tras esta explicación, ¿cuál es el siguiente paso?
—Una vez que le hemos explicado al paciente que el dolor no implica daño, lo que tiene que hacer es moverse con absoluta libertad, eliminando ese miedo al movimiento. Esta fase cuenta con el acompañamiento del profesional para ir revertiendo esos hábitos y precauciones que no están justificadas. Ésta sería la segunda parte de la intervención donde entra en juego el ejercicio terapéutico o el regreso gradual a la actividad.
—Para ello, es esencial que el paciente quiera entender esta explicación y sea voluntarioso durante el proceso.
—Exacto. Si el paciente no es activo no se puede realizar el proceso. Necesitamos que colabore, por eso se llama afrontamiento activo, y necesitamos la complicidad de la persona. Por este motivo, dotamos primero al usuario de conocimiento y luego lo motivamos para que se mueva sin miedo. Éste sería el proceso que los profesionales tienen que acometer durante el procedimiento. Eso sí, realizando modificaciones teniendo en cuenta ciertos aspectos como las expectativas o el impacto emocional.
—¿Los pacientes logran entender esta educación terapéutica sin fármacos para afrontar su dolor?
—Para ellos es algo complejo porque es un aprendizaje contrario a la intuición. Por eso es importante explicar primero cuestiones básicas, como, por ejemplo, cómo funciona la red neuronal o cómo tenemos que interpretar correctamente ese dolor. Al respecto, les explicamos cómo el sonido que percibimos realmente es una vibración muy sutil que entra en el oído en forma de una ondulación muy pequeña que se trasforma en señales eléctricas. Estas son las que llegan a un sistema muy complejo que, a través de una mínima perturbación física, genera el sonido. Lo que nosotros recibimos en la conciencia no es la consecuencia directa de lo que sucede, sino la consecuencia de una construcción compleja que apenas sabemos cómo se produce; el dolor sería lo mismo.
—¿Es cómo activar una sensación sin realidad física?
—El cerebro mantiene la representación de un ruido y a veces puede activar sonidos sin que haya una realidad física que los produzca. En los sueños oímos voces y vemos imágenes, eso es porque el cerebro tiene una capacidad generativa que normalmente está contenida. Por ejemplo, nosotros utilizamos la referencia del sistema inmune porque es el que tiene que protegernos de gérmenes o de las células cancerosas al interpretar el valor informativo de las moléculas que tienen dichas células, y cuando considera que hay algo amenazante para nuestro organismo interviene; eso a veces genera falsas alarmas. La alergia sería la consecuencia de una atribución del sistema inmune que nos protege de un aire que contiene polen. El aire es real pero no está justificada esta protección porque no es una amenaza.
—¿Cómo se denominan estas acciones que causa el organismo?
—Se llaman errores de atribución y son del organismo, no son del individuo. El sujeto los padece y lo que hay que conseguir es modificar ese error de atribución y de amenaza. En el sistema inmune se utilizan vacunas para modificar el error, pero en la red neuronal tenemos una herramienta potente que es la información, el lenguaje y los ejercicios terapéuticos.
—¿Qué factores puede condicionar esta educación terapéutica?
—Como hemos hablado antes, la motivación del paciente es una condición necesaria para el proceso. El problema es que hemos educado a los usuarios desde niños con la idea de que existe una gran potencialidad de la medicina que no es real. Nosotros a través de la medicina tenemos la capacidad de interpretar lo que sucede en el organismo porque podemos detectar procesos patológicos, gérmenes, moléculas, niveles de glucosa e indagar en los procesos reales del organismo, pero, cuando no existen esos procesos patológicos, el paciente no entiende nada; sólo sabe que le duele y, por eso, acude a los profesionales y va de consulta en consulta para poder tener una explicación. No obstante, se le recetan fármacos y no mejora, incluso son derivados al psicólogo y entran en una rueda que es horrible porque, además del dolor, que es real y a veces persistente e intenso, se encuentran con que no se les reconoce la validez del relato.
—¿No llegan a recibir un diagnóstico?
—Algunos profesionales dejan caer que estos usuarios están intentando manipular a través del dolor y deciden poner etiquetas como fibromialgia o migraña porque parece que con la etiqueta se realiza un diagnóstico. Sin embargo, con esta valoración se logra cerrar la puerta de salida de esta situación al paciente. Es verdad que nuestro aprendizaje terapéutico es complejo, pero podemos hacer muchas cosas sin que sea a través de fármacos, cirugías, psicoterapia, simplemente educando a ese organismo mediante la colaboración del paciente porque podemos influir en el estado del organismo.
—Pese a estar jubilado desde 2011, sigue realizando diversas ponencias por el país.
—Yo no me jubilé, a mí me jubilaron (Se ríe). Me parece absurdo jubilar a una persona de 65 años porque creo que es cuando has madurado profesionalmente y, gracias a ello, tienes que trasmitir esos conocimientos a los más jóvenes porque considero que hay un gran intercambio generacional en la sanidad.