Hoy hace 19 años que el Congreso aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, en igualdad de condiciones que el matrimonio tradicional entre un hombre y una mujer. Fue el día 30 de junio de 2005. España fue el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio homosexual. Para mucha gente en este país, entre los que me incluyo, esa es una fecha muy difícil de olvidar.
Ha pasado el tiempo. Muchos de los que albergaban reticencias, las han superado felizmente. La sociedad española ha evolucionado y la unión civil de personas homosexuales no supone, casi para nadie, ningún problema. Todo lo contrario. España es ahora un país muchísimo mejor, más abierto, tolerante, diverso y respetuoso. Los derechos del colectivo LGTBI ya no se discuten y actualmente es impensable que TVE emita un debate, en directo y en horario de máxima audiencia, como uno en el que yo participé en Sant Cugat del Vallés, para discutir si los gais y lesbianas debían tener los mismos derechos que el resto de la ciudadanía.
Pero viene al caso recordar las vicisitudes que aquella Ley tuvo para salir adelante. En primer lugar, la oposición del Partido Popular, que en aquel momento presidía Mariano Rajoy y que tenía la mayoría absoluta en el Senado. El PP vetó la norma en la Cámara Alta. Tras la aprobación de la Ley en el Congreso, por 187 votos a favor y los 147 votos en contra de Unió Democrática de Catalunya y el PP, –excepto el de la diputada Celia Villalobos, que rompió la disciplina de voto–, Rajoy aseguró que la norma había «provocado una enorme división en la sociedad española». Y la impugnó ante el Tribunal Constitucional. Pasados siete años, el recurso fue rechazado.
Desde entonces hasta ahora, el PP ha cambiado su posición política con respecto a este asunto, hasta llegar al momento actual, donde en las instituciones en las que gobierna, se coloca la bandera arcoíris el Día del Orgullo, como sucedió el viernes pasado. Este simple gesto, ha causado gran indignación en la ultraderecha política, representada por Vox. Afortunadamente en las Pitiusas este partido es residual, aunque cuenta con un conseller en el Consell d'Eivissa, además de un puñado de concejales. En Formentera, Vox ni está ni se le espera.
El vicepresidente del Govern, Antoni Costa, compareció en la habitual rueda de prensa de los viernes, con un pin de la bandera LGTBI en la solapa de su americana. Le quedaba bien y fue un puntazo. Defendió la exhibición del emblema arcoíris en los edificios públicos, exigiendo a Vox que respete el ideario político del PP y los acuerdos de la Mesa del Parlament. «Nosotros no nos metemos en lo que piensa Vox pero también les pedimos que no se metan en lo que cree conveniente defender el PP. Tampoco entiendo por qué se enfadan», dijo el ibicenco.
El PP ha evolucionado, algo que Vox no ha hecho ni parece que vaya a hacer nunca. Allá ellos. Dice Pedro Bestard, vicepresidente del Consell de Mallorca, que «Sólo queda Vox». No, hombre, no. Vox se queda solo, que no es lo mismo. Y lloriqueando por una bandera arcoíris.