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El secreto de la longevidad de la familia Can Gall de Ibiza

Catalina Escandell ha cumplido 101 años en la casa familiar de Sant Llorenç, donde sigue viviendo junto a su hermana y su cuñada

Imagen de la familia | Foto: Toni P.

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Catalina Escandell Riera nació en Can Gall, Sant Llorenç, donde sigue viviendo 101 años después, junto a su hermana María y su cuñada, Catalina Marí. Es una de las últimas mujeres ibicencas que, cada mañana, continúa vistiéndose de payesa, como ha hecho durante toda su vida.

Como si vivieran en una cápsula del tiempo, en Can Gall no solo se conserva de forma natural la indumentaria tradicional ibicenca. También persiste una estructura familiar que, al igual que la vestimenta de Catalina, ha sido engullida por el estilo de vida contemporáneo.

Catalina y María nunca se casaron. Su hermana pequeña, Francisca (†), y su hermano Joan sí lo hicieron. Mientras que Francisca dejó la casa familiar tras contraer matrimonio, Joan —s’hereu— permaneció en Can Gall con su esposa, Catalina Marí, hasta su fallecimiento hace tres años.

Hoy las dos hermanas siguen compartiendo la casa con su cuñada y reciben el cariño y la atención de la familia, a la que recientemente se ha incorporado Maya, biznieta de Catalina. «No creo que exista otra casa en Ibiza donde convivan tres personas que se valgan por sí mismas y que una tenga 101 años, otra 96 y otra 88», presumen orgullosas las mujeres de Can Gall.

Longevidad
Ante la pregunta de qué tiene la casa para albergar tanta longevidad, María responde con humor: «Moltes botjes», mientras su cuñada añade: «Mucha vida». «Una vida muy distinta a la de ahora», reconocen al recordar su juventud, cuando «había que trabajar mucho».

Las hermanas evocan su infancia ligada al trabajo en el campo: «Sembrábamos, segábamos, teníamos gallinas, conejos, cerdos, ovejas… En invierno se hacía el bosque, talando pinos para hacer carbón». El primer trabajo en el que empezaron a ayudar Catalina y María fue el cuidado de las ovejas: «Mientras las cuidábamos, recogíamos caracoles», recuerda María.

«Yo pude ir un tiempo, muy poco, al colegio cuando lo hicieron. Pero mi hermana ya era demasiado mayor y no fue», explica sobre la escasa educación que recibieron de niñas.

Guerra
Su infancia transcurrió en paralelo a la Guerra Civil Española. «Pasé mucho miedo», confiesa María, con el gesto torcido. «Mi padre estaba en el Ayuntamiento, y mis tíos Toni y Mariano eran guardias civiles. Aunque vivían fuera, venían a menudo de visita. Por esa razón, alguien debía pensar que mi padre tenía alguna arma en casa, y cada día venía alguien a comprobarlo».

También vivieron la Postguerra, aunque, como apunta María, «gracias a Dios, aquí teníamos de todo y nunca pasamos miserias».

Las celebraciones familiares se limitaban a tres fechas concretas: «Solo hacíamos convite el día de Sant Llorenç, el día de Reyes y el de las matanzas. Llegábamos a juntarnos más de 30 personas. Nunca celebrábamos los cumpleaños, como mucho, los santos».

Costura
El núcleo familiar de Can Gall llegó a contar con hasta ocho miembros a partir de 1958, con la incorporación de Catalina Marí y la presencia de Ricardo, «que era como un hermano más al que la familia adoptó». Más tarde, los hijos de Catalina y Joan, Juanito y José Antonio —nacido tras la muerte del padre—, hicieron crecer aún más la familia.

En una casa ibicenca y mayoritariamente femenina de mediados del siglo XX la costura era parte de la rutina diaria. «El rato que no teníamos otra cosa que hacer nos poníamos a hacer mocadors», según explican. «Por las noches, cuando habíamos terminado todo el trabajo del día, solíamos juntarnos a coser al lado del fuego. Pero también aprovechábamos cualquier momento, como mientras cuidábamos las ovejas».

Gracias a estos trabajos, las mujeres de Can Gall obtenían «un dinero para nosotras», a través de los encargos de los de Can Redó: «Nos daban la tela, a veces cortada y otras no, para que hiciéramos el repulgo de los pañuelos que luego les devolvíamos. Creo que pagaban unas 100 pesetas por 10 docenas y en una semana podíamos llegar a hacer 10 o 15 docenas».

Cumpleaños
El pasado 27 de julio, la majora de la casa cumplió 101 años rodeada de su familia. «No fue tan grande como el año pasado, que celebramos su centenario en la iglesia, pero fue bonito igual. Vinieron 25 o 30 personas», explica su cuñada.

Ese día, Catalina se permitió celebrar su cumpleaños «con media copita de vino y un café».A diferencia de su hermana pequeña que, a sus 96 años, toma dos pastillas diarias —una para la tensión y otra para la circulación—, Catalina puede presumir de no necesitar ninguna medicación, pese a que la vista y el oído ya acusen el paso de más de un siglo.

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