La estampa se repite día tras día en la playa de ses Salines, uno de los enclaves más frecuentados de Ibiza durante el verano. Más de una quincena de personas, en su mayoría de origen subsahariano, recorren la orilla de arriba abajo ofreciendo todo tipo de productos a los bañistas: desde camisetas de equipos internacionales de fútbol (en su mayoría tallas infantiles), pareos de colores, gafas de sol, sombreros, bebidas frías en una nevera portátil y hasta catálogos de trenzas que algunas mujeres muestran a los turistas tumbados al sol.
La escena no es nueva, pero lo que llama la atención esta temporada es la evidente organización que muestran estos vendedores. No sólo se desplazan en pequeños grupos por la playa, sino que han habilitado puntos fijos tanto en las pasarelas de madera como directamente sobre la arena, donde acumulan parte del género para ir reponiendo durante el día. A ello se suma una especie de ‘campamento base’, formado por unas cuantas sillas y una sombrilla donde descansan y se resguardan del sol en los ratos de pausa.
En medio de esta actividad ilegal constante, algunos visitantes interactúan sin reparo con los vendedores. Ana, una bañista que pasa el día en la playa, muestra su reciente adquisición: un bolso falsificado de la marca Chloé, por el que ha pagado 50 euros. «La verdad es que no lo necesito, aunque me hace el apaño», admite. Más allá de la utilidad del producto, Ana justifica su compra con un argumento que se repite entre quienes acceden a estas transacciones: «Esta gente viene aquí a buscarse la vida y esta es una manera de colaborar con ellos un poquito. Además, son muy amables».
Junto a ella, Mercedes muestra otro bolso, este con la etiqueta falsa de Christian Dior. Aún envuelto en plástico, lo sostiene con la intención de cambiarlo: «He venido a ver si encuentro al chico para cambiarlo, que me gusta más ése», dice, señalando el de Ana. Reconoce que su hijo le regañará cuando se entere, aunque también relativiza su compra: «Las marcas pagan sus impuestos y sus cosas y estos no; pero esta gente no tienen otro medio para trabajar. Vienen en pateras, muchos mueren intentándolo, y así les ayudamos un poco. Todos somos humanos».
El vendedor en cuestión, un joven al que Ana y Mercedes llaman ‘Juanete’ de manera cariñosa, aparece unos minutos después. Asegura que vende a diario en ses Salines, pero que la presión policial no cesa: «Todos los días viene la policía en algún momento, sobre todo la ‘secreta’, y nos tenemos que marchar», explica con resignación. A pesar de esa vigilancia intermitente, la continuidad y extensión de la actividad sugiere que, por ahora, la presencia policial no impide que esta economía paralela e ilegal que tanto daño hace a los pequeños y medianos empresarios que sí que pagan impuestos siga funcionando a plena luz del día.
Lo cierto es que, más allá del debate moral o legal, la venta ambulante ilegal en ses Salines parece haberse consolidado como un fenómeno habitual del verano ibicenco, en el que confluyen la precariedad laboral, las desigualdades estructurales y una cierta complicidad social. Consumidores que relativizan las implicaciones de adquirir productos falsificados y una presencia institucional que, aunque existe, no logra erradicar una actividad ilegal profundamente arraigada en la dinámica estival de la isla.
Sin grandes alardes, entre pasarelas improvisadas y catálogos de trenzas, esta venta ambulante completamente ilegal se mantiene como una realidad visible, tolerada por unos, rechazada por otros, pero sobre todo impulsada por la necesidad y sostenida por la demanda porque, sin ella, esta actividad ilegal dejaría de ser rentable y, por tanto, desaparecería.
Piter IbizaDónde culpo yo al panadero, al mecánico y a la limpiadora..? El único malnacido eres tú y te lo dijeron bien clarito ahí abajo.⬇️ ⬇️ Una señora, por cierto.. Así que deja de inventar 🤡 Pero bueno, ya estás parido..💩