Andrea Wizner (Cáceres, 1989) no tenía ni 30 años cuando se dio cuenta, de manera completamente casual, de que le había salido un pequeño bulto en el pecho derecho. Fue duchándose durante unas vacaciones de navidad en su Cáceres natal (por aquel entonces ya residía en Ibiza). En su momento no le dio mayor importancia, así como tampoco se lo daba entonces la gente de su entorno «la gente me decía que sería una bola de grasa, un quiste, algo benigno».
Sin embargo, a raíz del consejo de su padre, médico de profesión, acudió a que se lo revisaran en cuanto regresó a la isla. En ese momento comenzaron las diferentes pruebas, de oncólogos y radiólogos, hasta que en marzo de 2020, justo de manera simultánea al inicio de la pandemia, le confirmaban que tenía cáncer de mama. Una noticia completamente inesperada para ella «en un principio los especialistas me decían que por mi edad y la forma sería algo fácilmente eliminable».
En el momento en el que le dieron la noticia «se me cayó el mundo encima». Ahora, con el paso del tiempo, reflexiona: «Tenemos asociados el cáncer como un sinónimo de muerte, y tenemos que empezar a eliminar ese tabú. El cáncer de mama en concreto está muy estudiado en el que se invierte mucho dinero y si lo coges a tiempo es fácil de tratar», afirma. Dentro de las malas noticias, a Andrea le detectaron el cáncer en la primera fase, lo que ayudó al tratamiento posterior.
La noticia
En el momento en el que recibió la noticia llegaron las lógicas complicaciones en el plano psicológico: «empiezas a pensar qué he hecho para merecer esto, si es culpa mía, si he cometido un error. Inicialmente tenía esa sensación de culpa». En ese momento no acudió a profesionales de la salud mental para que la apoyaran, entre otras cosas, porque era el comienzo del confinamiento.
Para su círculo cercano, igual que para ella, la noticia supuso un golpe muy duro «una de las peores cosas del cáncer fue decírselo a mis padres, por lo mal que lo iban a pasar».
En ese momento fue imprescindible, según explica, el apoyo de su pareja «mi novio estuvo a mi lado en todo momento, y en todo el proceso. Tienes tanto miedo y tantas cosas en la cabeza que no procesas de manera correcta. Vas a los mostradores y ni tan siquiera te estás enterando del todo de lo que está pasando».
La esperanza
Del miedo tras los primeros episodios Andrea pasó, poco a poco, a la esperanza: «en el momento en el que me dijeron que lo peor que me podía pasar era perder un pecho me dije, pues para adelante».
Con esa esperanza renovada, tuvo que hacer frente a toda la retahíla de sesiones:seis ciclos de quimioterapia, la cirugía, la radioterapia y luego un año de inmunología.
Cuando empezó con la quimioterapia, le afectó a los ganglios del brazo, por lo que ahora tiene que llevar una manga en el brazo derecho de manera permanente «pero qué es esto en comparación con no estar aquí», asegura.
Con esos seis ciclos de quimioterapia -cada uno de ellos se realiza cada 21 días-, llegaron las repercusiones más comunes, como la pérdida de cabello. «En ese momento también fue muy importante el apoyo de mi chico, porque es una preocupación y un estigma para muchas mujeres, el quedarte calva o que te tengan que extirparte un pecho».
Una vez concluida esos ciclos de quimioterapia, en julio de ese mismo año, llegó la cirugía, tanto de los ganglios del brazo afectados como de la extirpación del cáncer que, al realizarse en un estado tan primerizo, no supuso el tener que extirparle el pecho. La recuperación de esa operación fue muy rápida, en parte «gracias a los grandes profesionales con los que me encontré en Can Misses».
Sin embargo, no todo fue tan fácil en ese proceso, y surgieron complicaciones nuevas «a mitad de la quimioterapia sufrí un ataque convulsivo, y resultó que tenía un tumor cerebral, y estuvimos con los dos procesos a la vez. Hasta enero del año siguiente no me lo pudieron extirpar».
Aunque no se tiene la certeza de si uno está directamente relacionado con la otra «por lo que me dijo el neurocirujano ese tumor estaba dormido, y si no hubiera estado tan débil a raíz de la quimioterapia, quizás no habría despertado.
Este nuevo reto que a Andrea le planteó la vida lo afrontó «con la misma positividad que la otra vez» y se lo pudieron extirpar satisfactoriamente. Sin embargo, a raíz de eso, es epiléptica.
Después del cáncer
Una vez pasado todo ese proceso médico llegó, para Andrea, la peor parte «cuando empiezas a vivir otra vez, cuando vuelves al trabajo, vuelves a convivir con la sociedad. La gente tiene la percepción de que una vez que ha pasado el cáncer todo ha terminado, pero eso no es así. Lo peor viene después».
Igual que en su momento no acudió a profesionales en el ámbito de la salud mental, ahora sí que acude al soporte de la psicooncóloga para afrontar esos nuevos retos. «Tengo una medicación alta, que hace que no trabaje con la misma destreza. No tienes la misma voluntad para salir a la calle o salir contactos. Y eso siendo autónoma como soy es un problema».
A raíz de esta medicación y todo el proceso, Andrea tiene que dormir «mínimo doce horas al día», lo que en cierta medida también le limita su día a día. Y no solo por ello, pero asegura que, en su vida tras el cáncer «me siento muy limitada, siempre he sido una persona muy activa, muy extrovertida y con una memoria estupenda. Ahora me cuesta recordar a alguien que conozco hoy al día siguiente».
Y es que tras el paso por el cáncer, Andrea se enfrenta a una menopausia artificial:«como mi cáncer fue hormonal me tienen inhibidas las hormonas durante cinco años, hasta este agosto». Todo esto se junta para Andrea y «ya no puedo vivir como vivía antes», asegura.
Precisamente para ello acude a la psicooncóloga de APAAC -Asociación Pitiusa de Ayuda a Afectados de Cáncer-, quien le invita a seguir haciendo las cosas que más le gustan:« me gusta mucho pintar, hacer deporte, aunque lo hago muy limitado por el cansancio que me provoca la medicación, o ir a la península a ver a mi familia».
Sobre el cómo se hace frente a un proceso como este, explica que «o te abandonas por completo o te fuerzas a salir, seguir adelante y quererte a uno mismo. En ese momento es imprescindible el amor propio y la compañía. Lo más triste que le puede pasar a una persona en esa situación es sentirse sola».
Para ello, pone en valor el trabajo de esas asociaciones «que ayudan a que nadie se sienta solo, a sentirte acompañado en todo momento, además de ofrecer muchos servicios, desde psicooncología a diferentes talleres».