Apenas mes y medio después de que el Ayuntamiento de Eivissa anunciara el cierre del callejón que conecta la calle Madrid con la avenida Ignasi Wallis, la valla metálica instalada para impedir el paso está hoy derribada. En el suelo quedan los restos del cierre, con alambres retorcidos que sobresalen a ras del pavimento y suponen un nuevo riesgo para quienes continúan utilizando este atajo peatonal.
El Ayuntamiento de Eivissa informó el pasado 26 de septiembre del cierre del callejón, una medida adoptada tras reiteradas quejas de vecinos y comerciantes por el deterioro de la zona. Según publicó Periódico de Ibiza y Formentera, el Consistorio justificó la actuación por la presencia habitual de personas que «consumían o traficaban drogas» y por las «conductas incívicas» detectadas en ese entorno. La clausura debía mejorar la seguridad y la convivencia en un tramo de apenas 40 metros que comunica el aparcamiento del número 37 de la calle Madrid con el número 31 de la avenida Ignasi Wallis, donde se encuentra la entrada a las oficinas del Registro.
La realidad, sin embargo, desmiente el propósito del cierre. La valla metálica instalada por el Ayuntamiento ha sido arrancada en parte y yace doblada en el suelo, entre papeles, botellas y restos de basura acumulada. El hedor a orín es intenso a solo unos metros del portal del Registro de la Propiedad, y las paredes, cubiertas de pintadas, completan la imagen de abandono.
Durante el día, el callejón sigue siendo frecuentado por grupos que se reúnen para beber y charlar, a menudo a gritos. «El problema más grande que tenemos son los robos», explica un empleado de un supermercado cercano. «Suelen aprovechar cuando ven que tenemos más trabajo para robar alguna cosa. Ya ni siquiera llamamos a la policía; solo llamamos si hay un altercado más serio», afirma el empleado.
El trabajador señala que las discusiones se repiten con frecuencia y que «el límite de venta de alcohol a las 12 de la noche es un foco de problemas». Según su testimonio, el cierre de la valla no ha cambiado nada: «Estuvo un par de semanas en pie, pero la tiraron enseguida. Ahora está peor, porque además de la gente que sigue viniendo, hay alambres en el suelo que pueden hacer tropezar a cualquiera».
Las quejas
Los vecinos y comercios colindantes aseguran que el callejón se ha convertido en una fuente constante de molestias. Denuncian ruidos, consumo de drogas y alcohol en la vía y un fuerte olor a orín a pocos metros del portal del Registro de la Propiedad. En el entorno son frecuentes las pintadas, los restos de botellas y bolsas acumuladas junto a los contenedores. Comerciantes y empleados relatan hurtos y pequeños altercados y reclaman una actuación municipal que garantice la limpieza y la seguridad del tramo.
En el antiguo parking de los Juzgados, además, las personas que consumen alcohol y drogas piden dinero a quienes aparcan sus coches en zona azul. En caso de negativa, orinan en las puertas y ruedas, llegan a rayarlos e incluso golpearlos, según denuncias vecinales.
El paso, estrecho y sombrío, carece de iluminación adecuada y presenta un pavimento en mal estado. En su extremo más próximo a la calle Madrid, la valla abatida se mezcla con bolsas de basura y restos de cartón que los vecinos depositan diariamente junto a los contenedores. Desde la avenida Ignasi Wallis, el acceso se mantiene abierto, sin señal alguna que advierta del cierre anunciado a finales de septiembre.
A pesar de que el Ayuntamiento anunció la clausura como medida para «garantizar la seguridad ciudadana» y «responder a la petición vecinal», el estado actual del lugar revela la falta de seguimiento. Por el momento, no se ha aclarado si se prevé reponer el cerramiento o si la medida ha quedado sin efecto. Mientras tanto, el tramo continúa siendo de libre acceso y mantiene la misma problemática que motivó la intervención inicial.
Punto negro
El callejón, de apenas 40 metros, podría parecer un elemento menor del entramado urbano de Ibiza. Sin embargo, su estado de abandono y la persistencia de los conflictos que allí se producen lo han convertido en un símbolo de la falta de mantenimiento y control en algunos espacios del centro de la ciudad por la presencia abundante de drogadictos y borrachos.
La actuación de finales de septiembre pretendía dar una respuesta rápida a las denuncias de los vecinos, pero el derribo de la valla ha devuelto la zona a la situación anterior: suciedad, olores, pintadas y una sensación general de inseguridad.
A día de hoy, quienes cruzan el callejón lo hacen esquivando los restos de la barrera caída, bajo paredes manchadas, con un aire espeso de abandono y cierta sensación de inseguridad.
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