El aumento de grupos de vendedores ilegales senegaleses durante el verano está permitiendo conocer más a fondo sus formas de actuar. Se conoce ya que familias completas y círculos de amistades se trasladan a los núcleos turísticos dispuestas a intentar sacar el máximo beneficio a sus desplazamientos, muchas veces incurriendo en la delincuencia y convirtiendo sus actividades, como esta sucediendo, en un problema que supera el ámbito social para ser también una cuestión policial.
La experiencia está demostrando que las actividades de venta ambulante ilegal son sólo la parte más visible de su cartera de «negocios», actividades en las que la edad es un factor secundario para una cultura en las que desde bien pequeños se aprende a ser útiles. Los últimos sucesos ocurridos en Eivissa han revelado que los grupos senegaleses, presionados probablemente por la presión policial en la vigilancia de la venta ambulante ilegal, han visto que se pueden obtener mayores beneficios con otra clase de «trabajos». Así, este verano se ha constatado un mayor interés de estos grupos por traficar con drogas, motivando en Sant Antoni enfrentamiento directo con británicos que se dedican a lo mismo.
Las últimas semanas también están demostrando que a estos mismos grupos se les relaciona con una parte importante de los hurtos y robos que sufren los turistas, precisamente también en la zona de Sant Antoni, como ya informó este periódico. Las fuerzas de orden público no sólo se están enfrentado a este aumento de esta clase de delincuencia sino, a su vez, a todo lo que lleva parejo el modo de operar de estos grupos africanos, donde la edad poco importa. Muchos de los sospechosos son adolescentes para nosotros; adultos para sus familias. Un día pueden estar vendiendo y otro día intentando «colocar» una porción de hachís. También tienen derecho a estar sujetos por la Ley del Menor. Una vez que son detenidos y presentados ante la Fiscalía, quedan libres y listos a disposición de los «negocios» de sus parientes.