«Esos golpes [los que me dio mi marido] para mí significan amor. Hay peleas, yo le doy, él me da...». A la juez se le aclararon todas las dudas cuando las cuerdas vocales de la joven marroquí terminaron la frase que empezó su aconsejado cerebro. «¡Auto de libertad!», decretó casi al instante la magistrada. Tras la puerta de la minúscula sala del juzgado, el marido esposado esperaba la noticia feliz, previsible y estudiada. El hombre se ha pasado tres meses en la cárcel a causa de la denuncia por malos tratos que presentó su mujer, la misma que ayer dijo: «No quiero que siga alejado de mí, ni tampoco que vaya a prisión». «¿Y entonces por qué le denunció?», preguntó algo exasperado el fiscal. «Pues porque estaba asustada. Ahora pido disculpas». «Sí, ¿pero miedo de qué?», insistió la acusación, que se quedó sin respuesta.
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