GUILLERMO ROMANÍ
Roberto Giovalli fue apaleado brutalmente a la puerta de su casa en las inmediaciones de Cala Saona la noche del 11 de junio. «Me dieron más golpes que a un tambor», comenta con ironía mientras desayuna unas tostadas con mermelada y un zumo. En su cara, una leve marca sobre el pómulo derecho donde tuvieron que darle dos puntos de sutura, pero semanas después aún le cuesta moverse con facilidad a causa de las costillas lesionadas, aunque también recibió en los riñones y en las piernas, con una gran rama de sabina, y un amigo, que fue el primero en visitarlo en el hospital comentaba delante suyo que «tenía la cara hinchada como un mapa, apenas podía abrir los ojos y la verdad es que no tenía muy buen aspecto».
«Tres o cuatro»
Dice que no tiene nada que añadir a lo ya dicho a las policías española e italiana, pero luego señala. «Eran tres o cuatro, no sé, y me golpearon como a un tambor, y eso sí, puedo descartar que el motivo de la agresión fuera un robo porque todo sucedió fuera de casa, en el aparcamiento, a unos quince metros de la vivienda que estaba prácticamente abierta porque la llave siempre está en el mismo sitio».
Según cuenta, «habían desmontado una gran lámpara de hierro que tenía y con el cable me ataron y utilizaron objetos que estaban fuera de la casa incluso para amordazarme y eso fue lo que más me asustó, porque estaba boca abajo y con la cara apretada al suelo y se me estaba obturando la nariz y casi no podía respirar». Está seguro de que como mínimo eran tres porque uno estaba sobre su espalda y recibía golpes a cada lado de forma continua, «o era uno muy rápido, cosa que dudo o eran dos los que me golpeaban» y señala que si había un cuarto no podría afirmarlo.
Respecto a la identidad de los asaltantes, Giovalli dijo que sólo uno de ellos le habló en un par de ocasiones diciéndole cállate, pero que en el momento fue incapaz de distinguir si eran italianos, alemanes, españoles o del este. «Seguro que no eran argentinos o uruguayos porque la elle la pronuncian de una manera muy distinta», dice sonriendo mientras enciende un cigarrillo.
Sobre el motivo de la paliza, para Giovalli la cuestión es obvia: «No tengo ni la más mínima prueba, no tengo ni puta idea, pero fue un encargo de no sé quién y por qué», y entiende que «si era una advertencia, la hicieron muy mal porque no me dijeron nada, no hubo mensaje y sigo sin saber el por qué de la paliza». Piensa que si le quieren dar un mensaje que se lo manden por escrito, de todas maneras está convencido de que el asalto estaba preparado y estudiado. «Les oí llegar a mis espaldas, estaban escondidos y atentos a mi llegada».
Giovalli lleva 18 años viniendo a Formentera y sólo en una ocasión estuvo relacionado con un establecimiento de playa, un restaurante del que vendió su participación incluso antes de que comenzara la nueva etapa del mismo; no ha tenido negocio alguno, carece de multas de tráfico «tres veces me han parado para hacerme la prueba del alcohol, pero como no bebo siempre he dado negativo y tampoco tomo drogas, estoy fuera de este círculo, lo cual de vez en cuando me hace que me pregunte de nuevo ¿por qué?». Asume que su situación es complicada porque cuando está solo en su domicilio o cuando llega a casa por la noche «psicológicamente es difícil, pero he de aprender a convivir con ello y a superarlo». Pero Giovalli también reflexiona sobre el cambio que se ha producido en Formentera, y en especial las cosas que han pasado recientemente, como el atraco con intimidación en una casa de la Mola.
«Demasiado fácil»
«Me parece que es demasiado fácil llegar a esta isla sin que nadie te controle y como no entiendo mucho de política, especialmente de la de aquí, no entiendo que haya una policía, una Guardia Civil, una Guardia Civil de Tráfico, demasiados cuerpos que llegan de fuera que a mi parecer se dedican a las cosas poco importantes y olvidan las verdaderamente importantes», en un clara alusión sobre los controles en carretera. «Los de alcoholemia nocturnos me parecen muy bien» señala, pero al mismo tiempo indica que hace pocos días iba con su novia en un coche de alquiler, despacio, con el cinturón puesto y le paró la Guardia Civil. «Faltaba un papel del que era responsable la empresa de alquiler, pero a mi me tuvieron en la rotonda 25 minutos parado», recuerda el italiano.
Hace unos días corrió el rumor de que Roberto Giovalli había quedado ciego a resultas de la paliza y éste ríe «durante un día y medio no podía abrir los ojos de lo hinchados que los tenía, pero si es algo reciente será que no saludé a alguien al que probablemente no ví, pero ir por la calle andando normal parece dejar claro que no estoy ciego». Otro de los rumores que se extendió a poco de agresión era, le contaba un amigo, que le habían cortado las orejas «ojalá» dice con una carcajada ya que sus orejas son de tamaño importante, pero el más sorprendente era el que decía que en vivo le habían extirpado un riñón para un transplante de órganos.