En una de las capitales del hippismo mundial, como lo fue Eivissa, nunca desapareció por completo la influencia psicodélica de los 60 y 70 y por tanto también el consumo de alucinógenos, pero es una creencia generalizada que el empleo del LSD, una droga que no causa adicción pero que en algunos casos puede resultar muy dañina, ya había pasado de moda, al menos entre la flor y nata de las fiestas privadas más exclusivas de la isla, sustituido por el éxtasis y, desde luego, por la cocaína, unas sustancias que dejan al usuario un mayor control. Sin embargo, tras la detención de dos ingleses y un holandés que surtían de drogas por encargo a los extranjeros que acuden en verano a la isla para organizar fiestas privadas se ha comprobado que el LSD, los tripis, regresan por sus fueros. Los agentes de policía decomisaron miles de dosis de esta droga, a lo que hay que sumar los más de cien kilos de chocolatinas alucinógenas de las que en julio se incautó la Guardia Civil.
La directora del Centro de Prevención de Conductas Adictivas, Belén Alvite, explicó ayer que el consumidor de LSD (dietilalida del ácido lisérgico) busca el placer de aumentar la agudeza sensorial a la hora de escuchar música, admirar los colores, mezclar sensaciones y lograr disfrutar con alucinaciones tanto visuales como auditivas.
Pero Alvite advierte de que en muchas ocasiones lo que también encuentran es confusión, falta de concentración y las alucinaciones propias de un 'mal viaje'. Los tripis también pueden generar un efecto flashback, señaló Alvite, es decir, una reactivación del LSD incluso días después de haberlo consumido, lo cual acostumbra a generar una gran alarma en el usuario.
Una de las particularidades del LSD es que no crea adicción. Alvite explicó que esto se debe a que es una droga con un gran umbral de tolerancia. El consumidor habitual necesita muy pronto dosis mucho mayores para conseguir el efecto deseado, algo que con el tiempo ya no se consigue.