Leónida Bella nació un 15 de junio de 1916 en Motos, un pequeño pueblo pedanía de Alustante, en el extremo suroriental de la provincia de Guadalajara lindando con Teruel. Eso quiere decir que tiene 98 años y que según el ayuntamiento, es la persona de más edad de todas las que residen en el municipio de Sant Antoni. Sin embargo, todos quisiéramos llegar a su edad igual de bien que ella. Y es que esta mujer que visitó Eivissa por primera vez en 1942 rebosa vitalidad, sentido del humor, y hasta se atreve a cantar aquella jota que dice «la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, que quiere ser Capitana de la tropa aragonesa...».
De hecho hablar con ella es como montar en una máquina del tiempo y realizar un viaje al pasado. Junto a sus dos hijas, las gemelas Leo y María, y su yerno Josep, y sentados en el pequeño salón de su casa, Can Roig, situada en el número 28 de la calle Marino Riquer de Sant Antoni, inmediatamente surgen casi de forma espontánea temas de la Guerra Civil, la Posguerra, familias como Can Prats, Can Vinyas o Can Musenya e incluso, el Faro de Sa Conillera, ya que su suegro, el padre de su marido, fue farero allí.
Sin embargo, la relación de Leónida con Eivissa comienza en el verano de 1942 cuando esta mujer guapa, alta y rubia, que había trabajado de enfermera en la Guerra Civil, viajó desde Valencia acompañando a los Pons, una familia de arquitectos, como responsable de sus hijos. Aquí, conoció a Vicent Prats, de Can Roig, marinero de profesión y catorce años mayor. Desgraciadamente, aunque el flechazo fue instantáneo, Leónida y Vicent se tuvieron que separar al final de aquel verano y durante unos años sólo se podían verse unos meses al año.
Lo dejó todo por Vicent Prats
Finalmente y como las historias de amor más bonitas, en 1950, ella hizo lo que dice una de sus canciones preferidas, lo dejó todo y se vino a Eivissa con aquel hombre que le había robado el corazón. Se casaron en 1950 y dos años después vinieron al mundo sus dos hijas gemelas, Leónida, «en recuerdo de la parte castellana de la familia», y María, «en honor a la parte ibicenca».
A pesar de todo, no fueron unos inicios fáciles. Aún recuerda con tremenda lucidez como decidió dejar una capital de provincia como Valencia, «con agua corriente y luz eléctrica» por una isla «que sobrevivía de la agricultura y la pesca», sin conocer a nadie, y como estará «eternamente agradecida» a familias como Can Prats, Can Vinyas o Can Musenya, por ayudarla a integrarse.
Incluso, con el paso del tiempo su familia puso en marcha Tejidos Can Roig, una de las tiendas más emblemáticas del centro urbano de Sant Antoni, y se convirtió en una de las más queridas de la localidad. Algo que fue posible gracias a la particular forma de ver la vida de esta mujer alegre, adelantada a su tiempo y amante de la música. «Siempre he sido muy optimista porque desgraciadamente he pasado una guerra, y como siempre digo, esto hace que se de mucho más valor a las cosas», concluye antes de despedirnos, estrechándonos afablemente la mano y, con su eterna sonrisa.