Cientos de personas desafiaron ayer al caos circulatorio, los problemas de aparcamiento y los lógicos cortes de calles para acudir a Sant Antoni a presenciar uno de los grandes clásicos de cada verano en la isla, el castillo de fuegos artificiales que pone fin al día de Sant Bartomeu.
Al igual que el año pasado la espera y el esfuerzo mereció la pena. Después de los tradicionales correfocs a cargo dels Demonis y Mals Esperits d'Eivissa y con puntualidad casi británica el espectáculo pirotécnico preparado por segundo año consecutivo por la empresa Ricardo Caballer gracias a un presupuesto invertido por el Ayuntamiento de 21.000 euros fue impresionante. En total se lanzaron desde Sa Punta des Molí 1308 disparos empleando en ellos 321 kilos de pólvora y gracias ello el público pudo disfrutar con todo tipo de figuras y colores, sobre todo verde y rojo, sobre el cielo nocturno de Sant Antoni. Durante algo más de un cuarto de hora hubo torbellinos, crisantemos de colores, truenos, baterías, espirales, volcanes multicolor, esféricos, corazones y así hasta cualquier figura imaginable hasta que una enorme traca de luz y sonido puso fin al espectáculo que para muchos de los presentes se hizo incluso corto.
Después llegó el momento de encontrar el coche y superar la prueba de salir de Sant Antoni. Tarea extremadamente complicada debido a la gran cantidad de personas que un año más decidieron seguir los fuegos desde los lugares más insospechados. Afortunadamente, el buen trabajo de la policía local hizo que los problemas fueran mayores y que el resto de la noche, al menos para los que no decidieron seguir la fiesta, concluyera con la normalidad de un día como Sant Bartomeu.