A la derecha, un avión bombardeando la tierra. A la izquierda una alambrada impidiendo el paso. En el centro, una familia caminando por el filo de una cuchilla impregnada de sangre. Es el dibujo de un niño anónimo, de uno de los centenares de pequeños que pueblan los campos de refugiados y las ciudades de Turquía, el Líbano, Jordania, Grecia, Serbia…
Los niños son, sin duda, los que más padecen el trágico éxodo que lleva a miles de personas a atravesar heladas cordilleras, vastos desiertos e inciertos páramos para llegar a nuestras seguras y cerradas fronteras con la vana esperanza de un futuro mejor que nosotros, europeos, les negamos por miedo, ignorancia, comodidad e incluso odio.
Salvo elogiosas aunque escasas excepciones, las sociedades adultas de nuestro continente, viejo y conocedor de mil i una migraciones, se escudan en la inacción amparándose en la calculada ineficacia de los reinos de taifas con nombre de gobiernos de estado para negar la humanidad a aquellos que han dejado todo atrás por la guerra y la miseria.
La excepción de Núria
Una de estas elogiosas y escasas excepciones la encarna Núria Casadó, integrante de la productora solidaria Dignitis. Núria visita esta semana Formentera de la mano de la ONG local Progreso y desarrollo humano para relatar sus experiencias en la Isla griega de Lesbos ayudando a los refugiados que llegan por mar desde las vecinas costas de Turquía. Durante estos días, visita diversas escuelas para explicar a los más jóvenes como viven otros niños como ellos que tuvieron la mala suerte de nacer en países donde el extremismo y las guerras los han empujado a rodar por el mundo en búsqueda de un porvenir que les es negado en sus hogares.
Durante casi una hora, esta voluntaria relata cómo es la vida en los campos de refugiados, lo importante que es, a veces, un simple abrazo para alguien que llega en un bote después de horas de mar apretándose con otros cuerpos. Personas temiendo por no llegar, temiendo por no saber lo que encontraran allí donde lleguen, padeciendo por el frío y el hambre.
Núria dejó su ocupación en concurso de acreedores, decidió dejar atrás el sofá y el televisor donde veía padecer a los refugiados y volar hacia Lesbos para ayudar a quien lo necesitara. Ahora, de vuelta a casa, intenta que los más pequeños sepan lo que sucede al otro lado de la mar y conseguir así que el futuro de los refugiados, niños como ellos, sea otro. Dice que lo más duro de Lesbos es, sin duda, volver de allí, pero sus vivencias, sus fotografías y los dibujos que nos enseña son el mejor ejemplo para evitar que lo que allí se acontece caiga en el olvido.