Hace no tantos años la fotografía no existía y por consiguiente las maneras de retratar un acontecer era el dibujo, la pintura o la escultura entre otros. Era el documento de una época del instante histórico mientras pasaba el tiempo. El retrato o el bodegón son maneras de representación más controladas. Pero cuando el artista inmortaliza un fragmento determinado de un movimiento, suele buscar generalmente la máxima expresión.
El arte de la fotografía se encontraba hace no mucho en el regazo de unos pocos y habría que añadir que ha costado ser reconocido, para ser exhibido. ¡Qué bonita foto! Una exclamación que posiblemente está en oído de muchos… Y ahí se queda mayormente, cuando en realidad el mensaje de esta vía de representación va bastante más allá.
Cuando hablamos de cine por ejemplo acudimos a la denominación de séptimo arte. ¿Por qué séptimo? ¿Y podríamos hablar del arte de documentar? Pues sí. Es sobre todo la sensibilidad de no alterar valores y proyectar únicamente aquello que es, y no lo que nos gustaría que fuera.
Hoy día se utiliza demasiada postproducción en estos ámbitos. En boca de todos está que el photoshop es capaz de arreglar todo, por ejemplo. Y en este aspecto el documento pierde su autenticidad. Se procesa y automáticamente desaparece ese sentido original cuando es precisamente la fracción captada, el fiel testimonio de un acontecer. Y aquí interviene la habilidad de saber reconocer una imagen en acuerdo a una idea previa.
Cuando diferenciamos entre realidad y pose, logramos advertir que los valores artificiales que muchas veces se añaden, degradan una documentación. En este ejemplo encontramos una fusión entre ambos. La mujer de la foto posa. La que está observando la foto no. Y aquí está la diferencia entre ficción y realidad. Captar el momento es disparar al instante, obviando aquello que no interesa.
Si cambiáramos el vestuario de la observadora, nos podríamos aproximar a ese resultado que se alcanza cuando estamos fingiendo una realidad. Crear a partir de una propuesta, una imagen tratada. Otra tarea de la postproducción podría ser, eliminar las cartelas explicativas y la sombra que separa la pared del pavimento y subir las dos obras expuestas para que estén en la línea perspectiva con la persona que observa.
¿Pero queremos realmente la foto perfecta? ¿No es la imperfección la que nos sugiere distinción? Además ¿Quién marca las pautas? Bueno, y así podríamos continuar hasta llenar párrafo, pero volvamos al principio. Con o sin retoques una imagen no deja de ser un documento, una constancia del resultado de un punto de mira determinado. Y aquí el hecho de que la persona que observa no se encuentre en la fuga de la perspectiva, la resalta.
Retomando el vestuario de la que admira el arte, si luciera alguna prenda como las protagonistas de las obras expuestas, nos alejaríamos considerablemente de la tarea de quien documenta una realidad, sin pretender en ningún momento salirse de lo que está pasando. Evidentemente existen los más diversos puntos de vista respecto al registro de una imagen, pero cierto es que un documento debería no tener valores añadidos.
Cada punto de vista tiene su razón de ser, y finalmente es el observador quien elige aquello que más le agrada. Y si logramos fusionar ambas perspectivas, posiblemente hemos logrado ser más humanos.