Si la fe más común llega a mover montañas, la fe madridista es capaz de desplazar toda una cordillera. El Mallorca fue un digno rival, excelente, quizá el hueso más duro con el que podía toparse el campeón, pero como dijo Manzano el pasado viernes, el guión de la Liga llevaba mucho tiempo escrito. Los de Manzano, que tuvieron al Bernabéu boca abajo durante setenta y nueve minuto, aunque no pudieron hace nada para frenar al huracán blanco y reventar el torneo. Lo que está muy claro es que nadie podrá reprocharle nunca nada (3-1).
El Mallorca merecía el protagonismo que le había brindado el calendario y lo demostró muy pronto. Para empezar, el equipo de Manzano no se arrugó lo más mínimo. No se dejó impresionar por el ambiente infernal del Bernabéu y sus alrededores y mucho menos por el rival que tenía delante, que como se vio con el paso de los minutos, salió al campo con la mente bloqueada y las piernas como flanes. Los baleares en cambio, irrumpieron en la arena de Chamartín con la soltura propia de un grande, como si el título fuera a ser suyo. Tal era su grado de autoestima que en el primer minuto de juego ya había estrellado un balón en el palo gracias a un zurdazo de Arango que provocó los primeros temblores en la grada. La respuesta del Madrid fue tímida, tanto que Moyà presenció el primer cuarto de hora como si estuviera en el sofá de su casa. Sin presión, sin agobios. Los blancos se atascaban una y otra vez en la zona ancha y eso aumentaba el margen de maniobra del Mallorca, que no tardaría en aprovecharlo. Arango se adueñó cómodamente del balón en la medular y encontró un hueco por el que se coló Varela, que engañó sin problemas a Casillas cuando éste apareció en su camino (minuto 16). El madridismo enmudecía...
A partir de ahí, los problemas fueron constantes para los de Capello. Van Nistelrooy, probablemente el arma más intimidatoria del plantel madrileño, tenía que salir del campo con un pinchazo en la parte posterior del muslo y los locales perdían munición y esperanza, mucha esperanza. Casi al mismo tiempo, el Mallorca se quedaba sin Nunes, que había sufrido un golpe en el hombro, y tenía que echar mano de Ramis para equilibrar la defensa. Por entonces ya habían llegado a las gradas los goles del Barça en Tarragona y el público, que comenzaba a impacientarse, señaló directamente a Emerson y Diarra. Y no era para menos, el conjunto merengue vivía parapetado por detrás del balón. Los mayores festejos se vivieron cuando Guti salió a calentar a la banda, allá por el minuto 42.
El segundo tiempo amaneció con idénticos rasgos. Guti ya estaba en el césped, pero Varela pudo sentenciar en el minuto 54 y el pesimismo madridista era más que evidente. El Mallorca seguía a lo suyo. Controlando los tiempos del partido con total naturalidad, mientras el Madrid se descomponía.
Para colmo de los males locales, el otro gran motor de la remontada blanca, David Beckham, se tenía que marchar antes de tiempo del terreno de juego y dejaba a su equipo sin alma. Curiosamente ocupó su lugar Reyes, el jugador que a la postre sería más determinante.