El Sevilla, como hace siete años en Glasgow, cuando logró su segunda Liga Europa ante el Espanyol, volvió a tener de cara la tanda de penaltis y se llevó su tercer título de campeón y además prolongó la maldición del Benfica, que perdió su octava final. El equipo andaluz, con el portero Beto como héroe en los penaltis, estuvo a peor nivel que el Benfica, que no supo transformar en gol las numerosas ocasiones que tuvo y que lo pagó muy caro en la lotería de los penaltis.
El equipo lisboeta tomó el mando del partido y exigió mucho al conjunto de Unai Emery, que pronto vio cómo dos jugadores se cargaron con tarjetas amarillas, Fazio y Alberto Moreno, éste por una fuerte entrada sobre el serbio Miralem Sulejmani que incluso motivó que el jugador del Benfica fuera sustituido poco después por André Almeida.
La formación andaluza, con un claro esquema de arroparse atrás y de buscar la oportunidad con la visión de juego de Rakitic y la definición de Bacca, nunca estuvo a gusto sobre el césped. Así, ya en los últimos minutos de la primera mitad, Beto tuvo que intervenir con acierto en dos ocasiones casi consecutivas del Benfica.
La segunda parte empezó como acabó la primera, con verdaderos agobios de los españoles en la defensa ante el empuje de los portugueses, que tuvieron claras ocasiones pero que no supieron traducirlas en goles.
Control
El centro del campo fue del Benfica y el ataque con las bandas constante, pero ni Rodrigo Moreno, ni Lima tuvieron su noche. El tiempo corrió a favor del Sevilla con el 0-0 en la misma medida que las ansias de ganar del Benfica, lo que produjo algunos huecos por donde los hispalenses crearon peligro y equilibraron algo la contienda mediado el segundo período.
La falta de puntería dio paso a una prórroga con dos equipos muy cansados pero, como en todo el partido, con más intenciones de los portugueses pese a que el colombiano Bacca tuvo una clarísima que desperdició solo ante Oblak en el minuto 101.
La segunda parte de la prórroga tuvo poca historia, con todos sobre el terreno fundidos por el desgaste, con constantes calambres musculares y también atenazados por el miedo a perder, con lo que se dio paso a la tanda de lanzamientos desde el punto de penalti, que se produjo en la portería donde estaban los seguidores sevillistas.
El Sevilla entonces hizo un pleno de cuatro transformaciones, con la definitiva del francés Kevin Gameiro y el Benfica logró dos y tuvo los fallos de Rodrigo y el paraguayo Óscar Cardozo ante la buena respuesta de Beto, con lo que el trofeo se lo adjudicó el equipo español. El meta luso se erigió en uno de los principales artífices del éxito sevillista con dos grandes intervenciones que allanaron el camino a los lanzadores de Emery.