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Coronavirus

«Hasta otoño no tendremos vida normal»

Recuerda que, aunque haya vacuna, hay que llegar al 70 % de la población

| Mallorca |

Ester Villalonga Olives (Sant Climent, 1980), investigadora y profesora titular en la Facultad de Farmacia de Maryland, en Estados Unidos, ya no necesita el esfuerzo de explicar qué es ser epidemióloga. De la misma forma que va calando en la sociedad la necesidad de inversión en salud pública, las epidemias pueden prevenirse. Y ella no se queda atrás en esta reivindicación.

Desde su licenciatura en Sociología, se decantó pronto por los temas de salud y se doctoró en Biomedicina. Desde la epidemiología social, la covid-19 es «como un caramelo», que ella sigue desde uno de los epicentros de la investigación mundial. Su facultad, en la ciudad de Baltimore, está al lado de la mismísima FDA, la administración de medicamentos de EEUU, donde lidera un estudio, y de los institutos nacionales de salud, junto a grandes referentes como el Dr. Anthony Fauci o el Hospital Johns Hopkins.

¿Cuánto nos queda de pandemia?

—Creo que hasta otoño de 2021 no podremos empezar a tener una vida un poco normal. Porque aunque aceleremos el proceso de la vacuna, requerirá mucho tiempo conseguir una inmunidad de entorno al 70 por ciento de la población. En Estados Unidos, las encuestas dicen que el 45 por ciento tiene dudas sobre la vacunación. Y de hecho, este país ya ha destinado 50 millones de dólares para la campaña de educación para que la gente lo haga.

¿Podemos estar tranquilos con la vacuna?

—La vacuna de Moderna es la que testan universidades como la mía. A mí me invitaron a liderar un ensayo clínico con un grupo de voluntarios para analizar los efectos en minorías, población negra e hispana, que tuve que declinar por falta de tiempo, puesto que era un trabajo de dos años que no pude combinar. El proceso se ha acelerado, es evidente. Pero los datos son buenos. Ahora bien, necesitamos tener más información, ver los resultados de los ensayos clínicos, que todavía no se han hecho públicos, y saber entre otros, qué eficacia tienen a largo plazo.

¿Cree que serán seguras?

—Las vacunas serán seguras; el problema, como digo, será ver hasta cuándo duran sus efectos, que pueden variar en función de la vacuna, puesto que han utilizado metodologías diferentes y algunas muy avanzadas. Habrá vacunas que posiblemente tendrán diferente efectividad, algunas reducirán los síntomas graves, otras se centrarán en que no se desarrolle la enfermedad, otras en frenar la transmisión… Los resultados tendrán que publicarse en revistas científicas y ganarse la confianza de la población una vez todo sea público.

¿Son razonables las fechas que baraja el plan de vacunación español?

—Dependerá del suministro, una vez la Agencia Europea del Medicamento (EMA) lo haya aprobado. Yo hablaría más del primer trimestre del año para empezar a vacunar a los primeros grupos, y del primer semestre para una vacunación en masa. Quiero pensar que el próximo otoño veremos un poco más la luz. La covid-19, posiblemente, convivirá con nosotros, y su vacuna será una más que nos tendremos que poner.

La evidencia ha tenido que corregir algunos errores, como que los niños eran grandes vectores.

—No sabíamos casi nada de este virus cuando empezó y tenía muchas variables que lo complicaban, como el contagio de personas asintomáticas. Y hasta que no hemos tenido suficientes datos no hemos podido empezar a tomar medidas basadas en esta evidencia. En el estado de Maryland, donde vivo, los colegios públicos siguen cerrados y las clases se siguen haciendo en línea, aunque la preparación ha sido espectacular, con programas para que los profesores puedan ver las pantallas de todos sus alumnos. Con lo cual, son horas lectivas muy bien aprovechadas. No obstante, muchos padres se han decantado por la escuela privada. Pero es lo de siempre, ricos y pobres, porque esta epidemia ha puesto de manifiesto las desigualdades.

¿Y la necesidad del derecho a la salud de forma universal?

—En Estados Unidos no hay un sistema público de salud que garantice la asistencia universal, y mucha gente no puede pagar un seguro médico. En una gran ciudad como Washington, además, los grupos desfavorecidos son los que más viajan hacinados en vagones de metro, los que viven en casas compartidas con mucha gente o tienen trabajos precarios. Y si dejan de trabajar por infectarse, no cobran. Todos estos determinantes tienen un peso enorme en la salud.

Este es, de hecho, uno de sus campos.

—Estudiar cuáles han sido las variables que han hecho que haya población de más riesgo, por ejemplo. Lo hago ahora en un estudio con el colectivo de hispanos. Para un epidemiólogo, la covid-19 es como un caramelo, un experimento natural.

¿Cómo valora la gestión en Estados Unidos?

—Se ha politizado absolutamente, hasta tal punto, que el presidente saliente, Donald Trump, llegó a atacar verbalmente a los científicos. Afortunadamente, vivo en un estado donde el gobernador se desentendió de esta forma de hacer política y creó un comité de expertos que ofrecía ruedas de prensa explicando con detalle las medidas. En los estados donde se han adoptado medidas preventivas ha funcionado bien mantener cerrados al público el interior de los restaurantes, centrándose en la comida para llevar, o los protocolos establecidos para ir a comprar al supermercado de forma presencial.

¿Y cómo cree que ha sido aquí?

—La segunda ola nos cogió sin estar preparados, porque teníamos que haber aprovechado el confinamiento para ganar tiempo y planificar, y no se hizo. Porque era evidente que este virus no se iría, y en verano nos relajamos. Ha habido una segunda ola, que parece que va a la baja, pero vendrá una tercera. Sabemos que hay mucha transmisión por aerosoles, y que más que por un tema de temperatura, el contagio se produce preferentemente en espacios cerrados. Temo la Navidad porque estaremos en espacios interiores.

¿Hemos fallado en prevención?

—La Ley de Salud Pública de 2011 pedía la creación de una agencia de salud pública estatal. Si se hubiera creado, este organismo habría liderado la gestión de la pandemia, y habríamos evitado situaciones como «cerramos o no cerramos Madrid», que hicieron perder tiempo. Una agencia de salud pública trabaja en protocolos de actuación para situaciones semejantes.

¿Servirá para que los gobiernos se den cuenta de la importancia de la salud pública?

—El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, ya ha dicho que creará un comité de expertos. El CDC, centro de control de enfermedades, tenía una oficina en China que se dedicaba a controlar la aparición de nuevos coronavirus. Fue creado por Bush, y Trump se la cargó porque decidió que no era necesario. Quiero pensar que las nuevas administraciones serán más sensibles a todo ello, porque el coronavirus está claramente asociado a un cambio climático y vendrán más.

¿En la comunidad científica no hay duda del origen del virus?

—Hace unos meses se publicó un artículo en una revista científica de prestigio que sugería que si el SARS-CoV-2, causante de la enfermedad de covid-19, no fuera un virus creado de forma artificial en un laboratorio, hace tiempo que lo hubiéramos erradicado y ya no estaría entre nosotros. Es precisamente su complejidad lo que hace que solo sea atribuible a la naturaleza.

¿Usted se pondrá la vacuna?

—Enseguida que pueda. No creo que haya ninguna agencia del medicamento que apruebe algo que no vea claro. Y una vacuna sin vacunación, no solucionaría nada.

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