Francisco Grimalt es ingeniero técnico forestal y de montes, y actualmente trabaja como funcionario en el cuerpo de Bombers de Mallorca. Con una dilatada experiencia en el sector, tiene claro que ante los incendios forestales de ahora, potenciados por la crisis climática, los equipos de extinción no son suficientes, aunque siempre deben de estar bien dotados. Reclama dejar de dar la espalda al sector primario, que es el que se encarga de gestionar el territorio, lo que evita que los bosques se expandan y se conviertan en polvorines en caso de prender fuego.
Termina otro verano sin grandes incendios forestales. ¿Qué pasará cuando se acabe la suerte?
—Podemos mirar a Grecia, donde se ha registrado el mayor incendio de Europa desde que hay registros. Tienen islas con el mismo clima mediterráneo, una vegetación igual que la nuestra y una sociedad muy turistificada que da la espalda al sector primario. Si no es el año que viene, será cualquier otro que suframos algo así aquí. Es suerte.
Dice que los bosques «emigran» porque están cambiando las condiciones climáticas. ¿A qué se refiere?
—En la carrera, en los años noventa, nos decían que el cambio climático sería el gran reto que enfrentaríamos como profesionales. Entonces nos parecía algo abstracto, pero ya está aquí. Las encinas que vemos en la Serra, por ejemplo, son de rebrote: las raíces tienen 300 años, pero el tronco tiene 40, 50 o 60 porque se han ido cortando. Cuando nacieron tenían unas condiciones de humedad, solar y lluvia que ya han cambiado y ahora solo sobreviven. Esto provoca que las encinas solo puedan crecer en zonas más húmedas y los pinos y ullastres ocupan su espacio. En la costa, donde el pino estaba cómodo, quizás sea sustituido por garriga.
En los próximos 30 años prevé incendios catastróficos que quemen hasta 5.000 hectáreas. El mayor que ha habido, el de Andratx, en 2013, arrasó 2.400. ¿Cómo cambiará esto el paisaje?
—Algunos compañeros dudaban de este pronóstico, pero este verano han visto cómo en Tenerife, una isla más pequeña que Mallorca, han ardido 14.000 hectáreas. La vegetación mediterránea está adaptada al fuego, pero a un régimen bajo. Mallorca acabará teniendo el clima del norte de África y los incendios aceleran este proceso.
«O nosotros gestionamos el territorio o lo hará el fuego», dice.
—Cortar un árbol no es ningún pecado; meter cierta maquinaria en los bosques es bueno a medio y largo plazo. Cuando vemos un terreno labrado es una imagen bucólica y nadie se altera pensando que hace 200 años era un encinar que se cargaron para producir trigo. El abandono del sector primario aumenta la posibilidad de fuego y el dato dramático es que perdemos 3 hectáreas diarias de zona agrícola, si comparamos el primer inventario forestal nacional de 1971 con el de 2012. El bosque gana espacio y, por lo tanto, incrementa la biomasa disponible, que luego sirve de combustible al fuego.
¿Qué zonas de las Islas tienen mayor riesgo de fuego?
—Eivissa, porque hay un entramado brutal de bosque, unifamiliares aislados y urbanizaciones que son un cóctel. Lo mismo ocurre en ciertas zonas de la Serra, como Es Verger o Son Vida, pero en realidad la mayoría de las que están en las faldas de Tramuntana. Aun así, lo de Hawaii, donde ha ardido un pueblo entero, aquí no pasaría porque las casas son de hormigón, mientras que allí usan madera. Cuando se quema una, contagia a la siguiente.
¿Qué medidas se pueden tomar?
—A corto plazo no hay recetas mágicas. Requiere un cambio de paradigma que sea transversal y de largo recorrido. Deben participar desde los productores a los consumidores, pasando por la Administración. Consumiendo producto local se ayuda a luchar contra los incendios forestales porque implica que se tiene que hacer una gestión activa del territorio.