El actor español Francisco Rabal falleció ayer a los 75 años a bordo de un avión a causa de un enfisema pulmonar y su cadáver se encuentra en Burdeos (suroeste de Francia), informaron fuentes oficiales y policiales. Premio Especial de Interpretación en el Festival de Cannes en 1984 por su trabajo en «Los santos inocentes», Rabal murió cuando se dirigía de Londres, donde hizo escala procedente de Montreal (Canadá), a Madrid en un avión de la compañía británica British Airways. El actor acababa de recibir un homenaje en la XXV edición del Festival de Films du Monde de Montreal
Rabal, que sufría de una bronquitis crónica, se asfixió en el momento de la presurización del avión y fue atendido a bordo por un médico que viajaba en el aparato, añadieron. El avión realizó un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Burdeos, aunque finalmente no pudo hacerse nada por su vida. Según las fuentes, su fallecimiento, que se produjo de «una forma rápida», fue certificado a las 13'15 GMT. British Airways se ha encargado de atender a su esposa, la actriz Asunción Balaguer, que le acompañaba en el vuelo. Sus hijos, la actriz y cantante Teresa Rabal y el director de cine Benito Rabal, viajaron ayer mismo hacia Burdeos para hacerse cargo de los trámites de repatriación de los restos mortales del actor.
Francisco Rabal Valera nació en 1926 en un coto minero de Àguilas (Murcia). Hijo de minero, cuando tenía seis años su padre emigró a Madrid, y, cuando la Guerra Civil terminó, ayudó a su padre y hermano vendiendo mercancías infantiles por las calles. Por aquella época se inauguraron los Estudios Cinematográficos Chamartín donde fue admitido como aprendiz de electricista. Allí también encontró sus primeras oportunidades como figurante y luego como actor de reparto en dos películas de Rafael Gil y en otras tantas de José López Rubio, pero su primer papel principal fue en «María Antonia la Caramba» (1950), de Arturo Ruiz-Castillo. Fue a finales de la década de los cincuenta cuando tuvo lugar uno de los momentos decisivos de su carrera: el encuentro con Luis Buñuel en «Nazarín» (1958).
Su interpretación intensa y sincera del sacerdote protagonista se convirtió en la puerta que abrió su colaboración con el maestro aragonés, prolongada luego en «Viridiana» (1961) y «Belle de Jour» (1966). Su proyección internacional alcanzó en estos años la etapa más interesante gracias al trabajo con creadores como Antonioni, Torre-Nilsson, Rivett o Visconti. La madurez artística y personal de Rabal en los ochenta coincidió con su periodo más fecundo y creativo. De esta época es «La Colmena» (1982) y, sobre todo, «Los santos inocentes» (1984), ambas de Mario Camus, y por la segunda de las cuales obtuvo -conjuntamente con Alfredo Landa- el Premio a la Mejor Interpretación Masculina en Cannes. A partir de entonces, Rabal desarrolló en el cine español toda una gama de personajes de amplio registro interpretativo que generaron capacidad de identificación, desgarro y vitalismo, y a los que su rostro cuarteado y su personalísima voz no fueron ajenos.