Juan Contreras y López de Ayala (el marqués de Lozoya), principal promotor de su obra, calificó a Antoni Marí Ribas 'Portmany' como «el dibujante de Eivissa por antonomasia». A lo largo de 2006 su nombre sonará a menudo en la vida cultural de la isla, ya que se cumple justo un siglo de su nacimiento en Eivissa, por lo que el Ayuntamiento ha declarado este año como «Any Portmany». Que usará como nombre artístico el referente a Sant Antoni fue debido a que sus padres eran oriundos de ese municipio.
Aunque ya se han barajado alguna que otra iniciativa para honrar la memoria de Portmany, la única que se ha concretado de momento es la exposición antológica de su obra que el Museu d'Art Contemporani d'Eivissa ha programado para el próximo septiembre, en la que, parece ser, colaborará el Consell Insular. Institución que, es de suponer, también tendrá en cartera iniciativas propias al respecto.
De origen humilde, a los 11 años Marí Ribas entró a trabajar de pintor con el maestro decorador Antoni Palau. Por aquellos años se relaciona con el «padre» de la pintura ibicenca, Narcís Puget Viñas, y con el profesor Manuel Sorà, que le animaron a dedicarse a la pintura artística. En 1924 participa por primera vez en una muestra colectiva en los locales de la Salinera, en el puerto de Eivissa. Tres años después marcha a Barcelona a estudiar los rudimentos del arte plástico. En 1933 hace su primera exposición individual en Ebusus. En 1936 viaja a Madrid, quedando muy impresionado por El Prado, y en 1940 deja la pintura decorativa para entregarse a la artística.
Por esos años tuvo lugar un encuentro clave en la biografía de Portmany: conoce al marqués de Lozoya, catedrático de Historia del Arte, director general de Bellas Artes, presidente de la Real Academia de San Fernando y mecenas de la cultura. El crítico de arte Daniel Giralt-Miracle cuenta en el libro que dedicó al pintor ibicenco el tipo de amistad que surgió entre el marqués y el artista: «Inmediatamente se produjo una afín sintonía entre ellos. Su afecto fue tal que Marí Ribas necesitaba mostrar al marqués sus obras antes de exponerlas para afianzarse en sí mismo. Llegaron a ser confidentes y sinceros amigos. Fue esta una vinculación que duró toda la vida. El epistolario entre los dos es una sustanciosa muestra de esta intimidad que rara vez manifiesta un artista con un crítico o historiador».