JULIO HERRANZ
La relación de Boris Rotenstein con Eivissa viene ya de años atrás; desde que diera un curso para el Grup Amateur de Teatre (GAT), y estableciera una estrecha relación de amistad con su fundadora, Merche Chapí. Así, el reconocido director de teatro ruso afincado en Barcelona ha presentado en Can Ventosa varios de los montajes que ha preparado en los últimos años con su compañía, Perestroika-A-Tak, o con otras formaciones. Como fue el caso de L'amant, de Harold Pinter y El Pont, de José Manuel Sevilla.
Por tal motivo no es de extrañar que, una vez más, Rotenstein haya pensado en Eivissa para presentar Apreciada Helena Serguèievna (La clau de la felicitat), de Ludmila Razoumovskaia, en la traducción al catalán de Josep Maria Vidal, que será representada a las 20,00 horas del próximo domingo 22 en Can Ventosa. La reconocida actriz de la escena catalana Mercè Managuerra encabeza el reparto de este trabajo sobre el compromiso ético y la confusión de valores en la sociedad contemporánea. Completan el reparto, Aleix Rengel Meca, Jordy Sánchez, Anna Ros y Guillem Gefäll.
Se da la circunstancia de que este montaje en catalán de Rotenstein sobre la obra de Razoumovskaia ha sido solicitado por el Teatro Estatal Molodezhni de San Petersburgo para que lo presente en el prestigioso certamen que organiza anualmente, justo cuando se cumplen los 25 años del estreno en la Rusia actual de esta obra, prohibida durante varios años por el régimen soviético.
Boris Rotenstein ha explicado algunas de las claves y propuestas sobre las que gira Apreciada Helena Serguéievna: «Vivimos en la pérdida o -por lo menos- la confusión de valores. Los verdaderos valores humanos, imprescindibles y eternos, muy sutilmente usados por los partidos y las ideologías de distintos signos (a veces supuestamente opuestos), se han convertido como resultado de la actitud de los gobernantes en algo absolutamente dudoso y hasta patético (sólo hay que ver que esta misma palabra, patético, ha hecho un largo camino para caer desde el lugar más alto, respetado y deseado, al punto más despreciable: el ridículo».