EFE-MADRID
Cuando acaba de cerrar sus puertas en Salamanca la exposición que reúne cuarenta años de la trayectoria de Antonio Colinas, el poeta no da tregua y vuelve a la carga con la publicación de Desiertos de la luz (Tusquets), un poemario «profundamente existencial» que culmina una de las etapas creativas de este autor. Libro que publica dos meses después de El sentido primero de la palabra poética, último ensayo de este poeta, traductor, ensayista y novelista nacido en La Bañeza (León) en 1945, premio Nacional de Literatura y de la Crítica por Sepulcro en Tarquinia.
En una entrevista con Efe, Antonio Colinas, que desde 2002 no publicaba poesía, explicó ayer que Desiertos de la Luz es su libro más «órfico, más musical, con una gran presencia del ritmo y profundamente existencial, porque, como dice en algunos de los versos -precisó- esa música que persigue la palabra es precisamente la de los misterios del ser y del no ser».
Un poemario que cierra una etapa poética, iniciada con Los silencios de fuego y seguida por Libro de la mansedumbre y Tiempo y abismo. Dividido en dos partes, Cuaderno de la vida y Cuaderno de la luz, tiene para el autor un «intenso y provocador diálogo con lo sagrado. Esto es muy importante que lo comprenda el lector, porque en estos poemas toda la realidad es sagrada para aquel que pueda contemplar el mundo con piedad», añadió.
En Desiertos de la luz se da una dualidad muy marcada. Por un lado, el poeta se sumerge y escribe sobre la realidad más dura y cruel: la guerra, los atentados del 11 de marzo, o la situación en Oriente Próximo; y por otro, se transmuta en una gran exigencia de transcendencia, en lo mítico, «algo como seguramente antes no se había dado en mi poesía», aclaró. Y es que Colinas dice que no le gusta ni el poema «fotográfico», ni el jugueteo verbal. «Para mí la poesía debe ser sobre todo lenguaje nuevo, palabra que va y debe ir siempre más allá».
Pero también le ha ocasionado al algún que otro desasosiego. «Cuando ya había escrito la primera parte, de repente, me bloqueé, no sabía seguir. Pero después de hacer dos viajes en 2006 a Palestina e Israel, el libro fluyó solo». «Aquellas tierras y mis dos viajes me proporcionaron las claves últimas del libro, desde el mismo símbolo de Jerusalén, la ciudad más sagrada del mundo y al tiempo la ciudad con más tensión bélica desde hace tres mil años», precisó.
Los poemas de esta segunda parte del libro parecen una plegaria, pero el poema que cierra, y que da título al poemario, Desiertos de la Luz, vuelve a lo real y muestra que el mundo está sometido simplemente al imperio de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego. Otra de las dualidades que Colinas ha querido expresar en estas páginas, además del presente y la armonía con el pasado, Oriente y Occidente y la música y el silencio, es el contraste del mundo con la propia tierra del autor. «Se trata del contraste, de extremos orientes y mi propia tierra, donde están mis raíces, lo que yo llamo el noroeste de todos los olvidos. Al igual que valoro lo sagrado, cualquier lugar puede ser centro del mundo para aquel que lo contempla con piedad, con aceptación», concluyó.