JULIO HERRANZ
La periodista y editora Mariángeles Fernández, coleccionista devota de la obra de Cortázar y toda una especialista en el mundo del autor de Rayuela, ofreció ayer en es Polvorí una conferencia titulada De Cortázar a Borges. Uno de los actos de la cuarta jornada del encuentro literario internacional que se está celebrando en Eivissa desde el miércoles y que se clausura hoy en Can Ventosa (20 horas) con la lectura poética que ofrecerá la poeta argentina Ana Becciu y la inauguración en la galería Via 2 (19 horas) de una exposición de fotografías de la primera edición de Eivissa, Port Mediterrani del Llibre, el año pasado.
Fernández resumió ayer a este periódico su conferencia sobre los dos grandes maestros de la literatura latinoamericana: «La supuesta rivalidad entre Borges y Cortázar, los dos escritores argentinos más universales, que durante mucho tiempo avivó interesadas y la mayoría de las veces malévolas e injustas polémicas en el microcosmos literario argentino, es imposible atribuírsela a los propios actores. Hoy, desde mi perspectiva de lectora cada vez más apasionada, la literatura no puede ser Borges o Cortázar; sólo puede ser Borges y Cortázar», apuntó la especialista en Cortázar.
«A pesar de su diferencia de edad, ambos forman parte indisoluble de la nueva literatura que comienza a consolidarse en Argentina en los tiempos del surgimiento del peronismo, el apogeo de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, los principios de Bioy Casares, Sabato o Leopoldo Marechal, la aparición de las editoriales creadas por los republicanos españoles exiliados en Buenos Aires, el avance de los totalitarismos y la Segunda Guerra Mundial. Los quince años de diferencia entre Borges y Cortázar suponen el tiempo que justifica generacionalmente la influencia que pudo ejercer del primero sobre el segundo», precisó.
«Por lo demás, no podemos olvidar que fue Borges, quien en 1946 publicó en la revista Anales de Buenos Aires por primera vez Casa tomada, en el número 11, con ilustraciones de su hermana Nora. Cortázar siempre recordó aquel hecho con mucho agradecimiento. Una simple muestra puede ser una carta a su editor Francisco Porrúa, del 30 de noviembre de 1964, en la que le cuenta emocionado el encuentro que tuvo con Borges en el hall de la Unesco: 'No te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas' -dice- 'cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora [Bernárdez] para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena [Esther] Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso'», recordó Fernández.
«No puede ser una casualidad tampoco que Borges incluyera en la colección de su biblioteca personal una selección de Cuentos de Cortázar, con el número dos, tras el El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad», recuerda la especialista en la obra del malogrado escritor argentino.
«Muestras de aquello que los unía, de los territorios que compartieron, del respeto mutuo que se profesaron, y también de lo que los separaba, a mi juicio más en lo superficial que en lo profundo, está muy presente en la obra de Cortázar. Está en Rayuela, en los capítulos 28 y 60, está en La vuelta al día en ochenta mundos, pero sobre todo está en su formación como escritor, como lector y en su concepción de la calidad literaria», precisó.
Concluyendo Fernández: «Yo creo que bien se puede arriesgar la idea de que el universo literario creado por Borges «cierra» el siglo XIX en tanto la «cachetada metafísica» que Cortázar propina al establishment anticipa el siglo XXI, su obra se desliza por las líneas paralelas que se cruzan en el infinito, pero se cruzan».