ISABEL PONCELA
Dos horas justas es lo que le costó a la Madonna de las mil caras, la indiscutible y polifacética reina del pop, demostrar en Zaragoza, en el último concierto de su «mini-gira» española, demostrar por qué sigue moviendo a decenas de miles de fans allá adonde va.
La erótica, romántica, futurista y polémica Madonna se metió al público de Zaragoza, como ya hizo hace tres días en Madrid, y hace cinco en Barcelona, literalmente en el bolsillo.
La «ambición rubia» recalaba en la capital aragonesa en el último concierto español dentro de su gira «Sticky & Sweet», y dulce estuvo en ocasiones la diva, pero también romántica, deportista, recatada e, incluso, reivindicativa.
Doce minutos pasaban de la hora de inicio prevista para el concierto cuando Madonna hacía su aparición en un enorme trono con forma de «M». Emes como las que flanquean el escenario, cubiertas de polvo de cristal de Svarowsky.
Hasta cinco veces nombró la diva a Zaragoza, provocando el delirio de gran parte de las 30.000 personas que hoy han asistido a este espectáculo, que respondieron a sus preguntas en inglés, pero sobre todo cuando las hizo en español, como cuando inquirió al público «*estáis listos?» o como cuando le comunicó, justo antes de «Spanish Lesson», que estaba «caliente».
Madonna juega como nadie con el doble lenguaje y, acompañada por un espectacular cuadro de baile de dieciocho bailarines y ocho cambios de vestuario, cambia de registro con la facilidad de un camaleón.
«Moonwalker»
En ese momento, Madonna homenajea a Michael Jackson. Un bailarín de su equipo ejecuta a la perfección el paso del «moon-walker» y en las ocho pantallas de vídeo gigantes aparecen imágenes del artista cuando éste aún formaba parte de los «Jackson Five».
La cantante vuelve a cambiar de registro y se reinventa en una Madonna rockera. Se planta unas gafas con forma de corazón, besa en los labios a una de sus bailarinas vestida de novia y se coloca su velo. Es «She's not me», metáfora, parece, de las mujeres que ella nunca ha sido ni ha pretendido ser.
Sale entonces la Madonna latina, pide ayuda a los fans para que canten con ella, se transforma en una especie de cantautora folk, con guitarra, para cantar «Miles away» y después la emprende con una especialísima versión de «La isla bonita», mezclada con una tradicional canción rumana, «Lela Pala Tute».
El último cambio de personalidad la transforma en la Madonna futurista, la de las grandes hombreras y colores de plata y guante blanco de lentejuelas, en otro homenaje al recientemente fallecido Michael Jackson.
Llega el «tic-tac» de «4 minutes» y el delirio colectivo con «Like a Prayer», y en ese momento, Madonna baja del escenario y se acerca a la primera fila, micrófono en ristre, y se desatan las ansias por tocar a la diva, que pone punto final a su concierto con un «Game over» rosa y azul en las pantallas de vídeo, después de poner toda su energía en una estupenda versión de «Give it to Me».