A sus 32 años, el tenor asturiano Aurelio Gabaldón tiene en su haber una notable trayectoria profesional con varios premios y reconocimientos; empezando por el gran honor de haber sido alumno de Alfredo Kraus desde 1997 hasta su muerte dos años más tarde. Desde hace dos años reside en Eivissa, «cuartel general» de su carrera y donde ha cantado dos veces; la última, el pasado día 1 en el Palau de Congressos, acompañado al piano por Elvira Ramón.
-¿Había ofrecido antes algún concierto en Eivissa?
-Sí, en el verano de 2005, en el auditorio de Cas Serres, contratado por el Consell. Fue cuando conocí la isla y me enamoré de ella. Así que hace dos años decidí instalarme aquí, en Vara de Rey. Es mi cuartel general.
-¿Qué impresión le dejó la velada del Palau de Congressos?
-Muy buena. Además, había oído críticas sobre su acústica, pero no me pareció tan mala. Terminé muy contento. Y muy bien con Elvira Ramon, a la que he cogido cariño; gracias a ella he aprendido a pronunciar en catalán, cantando un tema en ella. Así que será Elvira quien me acompañará en el próximo concierto. Será en verano y seguramente en las Festes de la Terra, ya tengo el compromiso del Consell, pero falta cerrar detalles.
-¿Tiene algún proyecto entre manos en estos momentos?
-Tengo que montar una ópera nueva que voy a empezar a estudiar, Piccola ropa astuta (Pequeña zorra astuta), de un autor checo del pasado siglo, Leo Janacek. Una obra totalmente nueva para mí que se hará en Grecia.
-¿Qué tal fue su relación con su maestro, Alfredo Kraus?
-Excelente; el cambio que condicionó mi vida hacia la lírica. Yo venía de la universidad, estaba estudiando ingeniería, y a mitad de la carrera le conocí. Siempre he estado ligado a la música, desde pequeñín; en coros, la tuna, un grupo de rock... Pero alguien me dijo que podía ser tenor, lo que me sorprendió, porque yo odiaba la ópera.
-¿Cuánto tiempo estuvo trabajando con Kraus?
-Casi tres años, hasta que se murió en septiembre del año 1999. Y tuve la suerte de cantar con él, en Alicante. Fue quien condicionó totalmente mi vocalidad, quien me enseño a cantar y quien me animó a ser profesional.
-¿Era muy duro?
-No, era exigente, pero no duro. Y siempre muy cariñoso, amable, correctísimo, un perfecto caballero. Cuando miras atrás, parece que fue una de esas personas que andan por ahí tocadas por la gracia o algo especial.
-¿Sigue su repertorio?
-Sí; de hecho, recuerdo perfectamente que me decía que tenía que cantar lo que él cantaba cuando tenía mi edad: repertorio lírico ligero. Con lo cual, más seña y guía que esa no hay.
-¿Y la obedece?
-La obedezco; por ahora sí. Esperemos que la voz responda siempre y pueda seguir.
-¿Da clases a otros?
-No, todavía no. Bueno, una vez lo hice a un chaval que me lo pidió. Los conocimientos, teóricamente, los tienes, claro; y enseño lo que Kraus me enseñaba a mí, y de la misma manera. Pero creo que aún soy joven para éso; tengo 32 años. Hace falta experiencia y madurez profesional para tener aplomo y autoridad suficientes para dar clases.
-¿Con quien le gustaría cantar de los grandes nombres?
-Me encantaría cantar con Plácido Domingo. Yo gané en 2007 en París el premio de zarzuela en su concurso, Operalia, el más mediático que hay en el mundo. Lo creó él, y tuve la inmensa suerte de que me dirigiera desde el foso, pues es también director. Un músico completísimo.
-¿Cuál es su máxima ambición en la música?
-Cantar una vez en todos los teatros importantes del mundo, donde han cantado los grandes, las primeras figuras. Es mi meta. El Metropolitan de Nueva York, la Scala de Milán, el Teatro Colón de Buenos Aires... Tiempo al tiempo. Además, son cosas que dependen más bien de tener un cierto nombre y estar metido en un cierto círculo. Entonces el trabajo fluye de otra manera; los teatros te buscan en lugar de ser tú el que los busques a ellos. Es algo que tiene ya poco que ver con la vocalidad o la capacidad artística en sí, sino con el mercado de la lírica.