Amado turista, bienvenido a la muerte; no a la suya, a la cual espero no asistir, y que deseo tardía e indolora; ni a la mía, a la cual espero no asistir tampoco —aunque me temo que eso será imposible. Bienvenido a la arqueología de la muerte. A los huesos, a la piedra, al olor perdido de un último ritual. El Museo Arqueológico del Puig des Molins está dedicado a la muerte, pues a la muerte estuvo consagrada toda esta zona de Eivissa; el llamado Puig des Molins (por los antiguos molinos que lo poblaron tiempo atrás) es en realidad un enorme cementerio que reúne en cinco hectáreas unos 3.000 hipogeos, la mayor necrópolis púnica que se ha conservado en el Mediterráneo.
Cuando entre en el museo verá que es un lugar sombrío. La institución paga puntualmente el recibo de la luz, sin embargo, se ha optado por dejar que las tinieblas sean una parte de la exposición. No en vano estamos hablando de la muerte. Sepa que los vigilantes del museo —en extremo diligentes a la hora de invocar el silencio— le van a reñir si sus pensamientos suenan demasiado fuerte. Así que el propio museo tiene un cierto aire de enterramiento. Déjese llevar, sumérjase en las sombras e imagínese en un ritual funerario entre los primeros ibicencos, 2.600 años atrás. Porque esto es lo que ofrece el Museo Arqueológico del Puig des Molins: la posibilidad de acercarse al máximo a lo que fue el ritual de la muerte para fenicios, púnicos o romanos. Quizá descubramos que ellos y nosotros no nos morimos de forma tan distinta.