Tiempo de crisis, tiempo de oportunidades, suelen decir, y Joaquín Sabina lo sabe. Sacó petróleo de 500 noches de desamparo emocional en forma de disco memorable y hoy, tras la enésima velada terrible de su vida, la del sábado, se ha redimido en un concierto sin flaquezas y con el cariño redoblado de su público.
«En noches como hoy comprenderán que decir gracias es muy poco decir», dijo el músico en su primera intervención en su segundo concierto en el Barclaycard Center (antiguo Palacio de Deportes de Madrid), dentro de la gira «500 noches para una crisis» y tras el ataque de pánico escénico que sufrió hace solo unos días aquí mismo por su «exceso de ganas de estar bien» ante su gente.
Esta vez no hubo espacio para la sorpresa, solo para la música y el resarcimiento. «Desoyendo negros presagios, lo que quisiéramos para ustedes es el mejor concierto de nuestra vida», ha prometido, y si no lo ha hecho, no habrá sido por falta de alicientes, de aplausos y de ganas de las más de 10.000 personas que han cubierto todo el aforo, vendido hace meses en un par de horas.
Todos ellos lo han recibido en pie, pero con más ahínco si cabe que en su cita previa, puede que por aquel previo final abrupto, probablemente también por el resquemor a que decidiera cancelar este show.
Pero no, ahí estaba Sabina, con los ojos vidriosos y emocionado, pero firme en su caminar hasta el centro de las tablas para abrir el show con «Yo me bajo en Atocha», un detalle con la ciudad de Madrid, antes de proseguir con «Ahora que» arropado por la guitarra chisporroteante de Antonio García de Diego, subrayando ese verso que dice «ahora que estoy más vivo de lo que estoy».
«Estos días he recibido tanta solidaridad y complicidades que me han conmovido hasta los huesos y las lágrimas; además, he cumplido esa fantasía que todos tenemos de saber qué haría la gente en el entierro de uno», ha dicho entre las risas del respetable.
Sabina se ha entregado así al sustrato fundamental de este tour, los temas del que, según su discográfica, ha sido el disco de mayor éxito de su carrera, «19 días y 500 noches», coincidiendo con el decimoquinto aniversario de su lanzamiento.
Muchas cosas han cambiado entre los «cuarenta y diez» que tenía entonces y los «cincuenta y quince» que luce hoy, empezando por que los amores se siguen despachando con un «hola y adiós», aunque vía whatsapp, con signo de admiración y sin el portazo de la canción que titula el álbum, en el cual, por consejo del productor Alejo Stivel, dejó de «maquillar las grietas» de su voz.
Cambiaron más cosas, sobre todo a raíz del ictus que sufrió en 2001. «Dejé los bares de madrugada y empecé a dormir unas cuantas horas cada noche, porque este disco se hizo en noches insomnes y de forma muy intensa. Abandoné sustancias no recomendables, pero que dan mucha risa», ha recordado.
«Me fui con los poetas, porque entre los músicos corrían muchos las drogas, pero los poetas eran muy borrachos. Me desenamoré, me volví a enamorar y lo peor es que dejé de tocar las puertas de las Magdalenas», ha añadido como introducción a ese tema que escribió con música de Pablo Milanés sobre «la más señora de las putas, la más puta de las señoras».
Uno a uno han seguido sonando los cortes del disco en el que hizo arte de «celebrar la impúdica belleza de estar triste», cosas como «Donde habita el olvido», el famosísimo «Cerrado por derribo», «De purísima y oro» o «Noches de boda», más de boda que nunca, pues ha puesto fondo musical a una auténtica propuesta de matrimonio entre una de las parejas asistentes con la bendición del propio Sabina.
Entre el público, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén y Jorge Drexler, de los que «no ha parado de aprender», aunque el que le cambió la vida, ha recordado, fue Bob Dylan, al que ha dedicado una «versión libre» de «It ain't me baby», titulada «Ese no soy yo».
No han faltado dos clásicos que han levantado el palacio, «Más de cien mentiras» y la eterna «Y nos dieron las diez», que, esta vez sí, han cerrado el bloque principal y han dado paso a los bises, tras el receso de «Conductores suicidas» a cargo del imprescindible Pancho Varona.
Al vitoreado «Y sin embargo te quiero» de su corista, Mara Barros, se le ha caído el «te quiero» para dar paso al éxito homónimo de Sabina en el que le «envenenan los besos» que va dando, porque «ahora es demasiado tarde, Princesa», ha cantado después, hilando versos y vítores, con el recinto en ebullición.
Aún ha habido tiempo para otra tanda de bises con «Tan joven y tan viejo», el mensaje conciliador supraterritorial de «Máter España», «Aves de paso», la romántica «Contigo» y las festivas «Pastillas para no soñar» y «La canción de los (buenos) borrachos», hasta alcanzar las dos horas de duración y otra media de sana propina que el sábado no pudo conceder.