En junio de 1998 se fundó el Banco Central Europeo. En ese momento se fijaron sus objetivos, y el principal era y es, asegurar la estabilidad de precios en la zona euro. Se fijó ese índice en una cifra cercana al 2% pero no debía superarse. No se pretendían objetivos como el pleno empleo o el crecimiento, sino que claramente era la estabilidad de los precios. Ya en 2021, se ha incumplido este objetivo, el dato de inflación fue un 5%, y en 2022, a fecha de junio estamos entorno del 8,6%.
A veces se nos critica a los economistas de no prever las crisis o los problemas económicos. Pero en el caso que nos ocupa, no es cierto. Desde el año 2007, el año en que estalló la crisis financiera, crisis crediticia por varios motivos, cuyo epicentro fue en Estados Unidos ( hipotecas subprime, crisis ninja, Lehman Brothers) y que como un castillo de naipes se expandió por todo el mundo y en especial en Europa , primero la Reserva Federal y más tarde el Banco Central Europeo, entendieron la necesidad de frenar la crisis con políticas monetarias expansivas basadas en tipo de interés inexistentes, compras masivas de deudas soberanas e inyección a mansalva de masa monetaria. Desde 2007 hasta 2019, este ha sido el escenario. Con la llegada de la pandemia, con motivo se siguió con esta política. Pero mucho antes de la pandemia y una vez Mario Dragui en julio 2012, apuntaló el euro con el «whatever it takes», han sido continuas las voces de los economistas recomendado que, de una manera paulatina, suave, se retiraran estímulos y se subiesen tipos de interés, vuelvo a indicar, de forma suave.
¿Qué ha ocurrido? Que después de la pandemia, y no toda la culpa la tiene esa pandemia, y con las medidas de apoyo financiero de 2020 y 2021, se ha generado la tormenta perfecta. Una inflación derivada del lado de la demanda, aumentos de demanda con aumentos en los niveles de precios, derivados de una economía dopada, con tipos de interés nulos, incrementos de gasto público, y la máquina de imprimir billetes trabajando a tres turnos. Esto apoyado por una inflación derivada del lado de la oferta, y aquí la pandemia tiene más culpa. Se reducen las producciones y las distribuciones (fábricas cerradas o paradas, transportes limitados…) de bienes y se impacta en especial en materias primas y en los suministros energéticos. Tormenta perfecta, más demanda y menos oferta, inflación asegurada. Como no se ha hecho caso a los que pronosticábamos, la necesidad de ir enfriando la economía de forma controlada, ahora la inflación esta descontrolada.
La Europa del euro encara al menos tres años más de fuertes subidas en los precios de los bienes y los servicios y a poco que las cosas se tuerzan, un año de recesión económica: el próximo 2023. El escenario «casi apocalíptico», según la definición del director de Economía del Banco Central Europeo (BCE), el español Óscar Arce, que hace unas semanas se antojaba como remoto en las proyecciones de la institución con sede en Fráncfort, aparece ahora si no como probable sí como no descartable a la vista de la persistencia de la espiral inflacionista y la amenaza cada vez más firme de un corte total del suministro de gas desde Rusia el próximo otoño.