Cientos de los miles de refugiados congregados en la frontera con Grecia lograron romper este sábado el cordón de seguridad y entrar en Macedonia, desde donde buscan dirigirse al centro y norte de Europa para emprender una nueva vida.
La presión que han desencadenado los casi 3.000 indocumentados, en su mayoría refugiados, que esperaban en Gevgelija llevó al Gobierno a reabrir este viernes la frontera, bloqueada desde el miércoles, y permitir el paso gradual.
Desde primeras horas de este sábado se ha permitido la entrada y han salido de la estación de Gevgelija, muy cercana al punto limítrofe con Grecia, dos trenes con destino a la frontera que limita con Serbia.
El Gobierno ha programado la circulación de cinco trenes diarios con el único cometido de trasladar a estas personas y ha decidido que los viajeros habituales se desplacen en autobuses.
Sin embargo, la tensión en esta estación no cesa y, de nuevo, hoy la policía cargó con bombas aturdidoras contra los refugiados que lograron sobrepasar el cordón de seguridad y penetrar en el país.
Muchos de ellos llevan días sobreviviendo en los alrededores de la estación, que se ha convertido en un campamento improvisado.
Allí grupos de mujeres, hombres y niños resisten a las altas temperaturas sin tener donde alojarse ni poder acceder a los servicios básicos.
Los únicos que les proporcionan asistencia son voluntarios de organizaciones no gubernamentales.
Ante la falta de un centro de recepción o alguna infraestructura que les puede acoger, algunos duermen en tiendas de campaña, con las ropas colgadas por los alrededores, mientras los menos afortunados deben hacerlo a la intemperie.
Son unos 2.000 los que quedan en el área de la estación, ya que, según cifras de la Policía macedonia, desde la tarde local de ayer hasta hoy 826 han podido entrar en el país, entre ellos 163 niños y 25 menores sin padres.
La mayoría de los que pretenden entrar en la Antigua República Yugoslava de Macedonia procede de Siria, pero también hay ciudadanos de Pakistán, Bangladesh o Somalia y todos tienen algo en común: su objetivo es seguir viaje hacia el centro de Europa, donde pretenden tener una vida mejor o, al menos, escapar de la guerra.
El destino más repetido es Alemania, la meca del desarrollo y la estabilidad para muchos, aunque también suenan países como Suecia o Noruega.
Desde Macedonia pretenden llegar a Serbia y, de allí, a Hungría, que limita con Austria, vecina de la ansiada Alemania.
«Alemania. Quiero llegar a Alemania, no quedarme aquí», dice a Efe Salma, mientras espera en la estación la salida de un tren en el que pueda acomodarse, después de pasar su primera noche en Gevgelija.
«Tengo un hijo. Soy profesora de Geografía y no quiero volver a Siria», comenta esta mujer, de 32 años y que tuvo que huir con su hijo de Alepo. También de las bombas escapó Alep. Este joven de Kobani lamenta haber tenido que dejar los estudios y que su tierra no pueda darle un porvenir.
«No hay futuro en Siria porque todo el mundo se está matando entre ellos. Es una pesadilla. Yo quería terminar mis estudios de Economía y he tenido que dejarlos», lamenta. Otro de los jóvenes, un bangladesí, se queja de la situación que padecen, hacinados en la estación. «Estamos aquí, pero esperamos poder ir a Holanda, no tenemos otra opción», explica en un inglés rudimentario.
En el lado griego de la frontera, en la pequeña localidad de Eidomeni, hay un pequeño motel que está lleno de refugiados que esperan el momento idóneo para dirigirse a la frontera. «Llegamos en autobús desde la isla (griega) de Kos. Nos trajeron los griegos y ahora estamos parados aquí», asegura a Efe Sania, una mujer siria que llegó con un grupo de familiares y otras treinta personas.
Preguntada por qué ha escogido Alemania como destino, asegura que tiene un pariente allí. «Muchos sirios han llegado ya allí, así que es más fácil y agradable encontrarte con caras conocidas», afirma. Alrededor de Eidomeni hay una gran explanada donde cientos de personas se han instalado en tiendas de campaña o al raso.
Cerca únicamente hay dos pequeñas tiendas que les suministran agua y comida, lo que está muy lejos de satisfacer sus necesidades básicas.