Hablemos de apariencias. En la gastronomía son fundamentales. Por algo decimos aquello de «me lo comía con los ojos». Sí, hay platos que nos entran por la vista. Eso que ya tienen ganado: nos sentamos a la mesa bien predispuestos a disfrutar.
Los postres saben mucho de ésto. Su apariencia es fundamental. Lo sabe bien la industria que usa y abusa de todo tipo de truco químico con tal de que una tarta o un pastel brille más y nos deslumbre (el paladar) más con sus colores.
Pero también nosotros, a la hora de cocinar en casa una tarta o un bizcocho queremos que nos maraville ya de entrada por su aspecto. Para eso están sus capas superficiales, sus coberturas; eso que en inglés llaman el frosting, que también podríamos traducir por cobertura o glaseado.
En la receta de la tarta de zanahoria (con o sin horno, pero el otro día la hicimos sin horno) la cobertura es fundamental. No sólo mejora su aspecto sino que ayuda a disfrutar de cada bocado del bizcocho interior. Lo endulza; lo suaviza; y lo hace más fluido, para que pase mejor (muy útil si el bizcocho nos ha quedado seco o poco esponjosa).