El imparable flujo migratorio desde el norte de África y especialmente hacia Italia está convirtiendo el Mediterráneo en el mar de la muerte. Sólo la catástrofe de la semana pasado arroja un terrible balance de unos 900 muertos. Pero por encima de este sufrimiento humano inenarrable se encuentra un irreprimible deseo de alcanzar la libertad y la dignidad por parte de decenas de miles de seres desesperados. Cada vez son más los que escapan de países en conflicto como Siria o Libia. Este fenómeno ya no es sólo un intento de huir de la pobreza, sino también un intento de dejar atrás el odio, el fanatismo religioso y las matanzas indiscriminadas.
Por una vida en paz. La Unión Europea tiene que reflexionar sobre su apoyo a lo que se denominó ingenuamente primavera árabe. Sus fuerzas aéreas, incluida la española, colaboraron activamente en el derrocamiento del régimen del arrogante dictador Gadafi. Utilizaron su mentalidad democrática y occidental sin reparar en las consecuencias. Hoy Libia es una anarquía sin freno, sin esperanza y sin ley. También muchos simpatizaron con la revuelva armada en Siria contra el régimen autocrático de Al Assad. Hoy cuatro millones de sirios han escapado del horror y de la sangre. Muchos intentan entrar en Europa por todos los medios. La falta de una política exterior digna de tal nombre por parte de Bruselas está produciendo consecuencias catastróficas. Los que vienen buscan la paz, que se ha perdido de manera casi irreversible en sus lugares de origen.
Visión de futuro. Europa padece la lacra del paro y le cuesta muchísimo salir de la depresión. A la par padece dentro de sus fronteras el incremento del fanatismo islamista. Ya es hora de que sea capaz de desarrollar una estrategia inteligente para África y para Oriente Medio, una estrategia hábil que aúne medidas de apoyo económico, industrial e incluso militar, con apuestas cultas y sólidas en favor de la estabilidad y el equilibrio. O lo logra, o la inestabilidad del Mare Nostrum se hará irrespirable.