La crisis griega aporta cada día nuevos episodios que contribuyen al caos interno de un país al borde de la quiebra, como el del presidente Alexis Tsipras que en una carta acepta las últimas condiciones de la Unión Europea para un tercer rescate –con algunas matizaciones– pero también pide a los ciudadanos que las rechacen en el referéndum del domingo. El último intento del Gobierno heleno para obtener liquidez con la que hacer frente a los pagos más urgentes –el abono de las pensiones y las nóminas de los funcionarios públicos– choca con la intransigencia de Alemania, cuya canciller, Angela Merkel, se niega a reunir al eurogrupo hasta conocer el resultado de la consulta.
Desconfianza y morosidad. Tsipras no ha logrado vencer la desconfianza entre sus socios europeos desde que Syriza llegó al poder, una situación agravada con el impago de la deuda de 1.500 millones con el Fondo Monetario Internacional cuyo plazo venció el pasado martes. Grecia entra en la lista de países morosos. En su contrapropuesta para aceptar las condiciones de la UE, el Gobierno griego plantea moderar los plazos de aplicación de la reforma laboral, retrasar el aumento de la edad de jubilación, deferir la reducción en los gastos de defensa y aplicar un IVA reducido en el sector turístico y en las islas. En los foros de Bruselas se considera que la reacción de Atenas llega tarde, aunque ésta puede ser una salida factible.
La salida del euro. La gran baza que parece defender Tsipras es forzar una salida de Grecia de la moneda única, un hecho sin precedentes y que provoca numerosas incógnitas –todas negativas– tanto dentro como fuera del país. El Grexit –como se denomina esta opción– genera incertidumbre en los mercados. De lo que ya no cabe duda es que la solución a este enorme problema económico pasa por la adopción de decisiones políticas de calado, tanto en el seno de la Unión Europea como del propio Gobierno griego.