Un año más, Tordesillas vivió un polémico Toro de la Vega, la muerte de un morlaco lanceado por los vecinos congregados en una campa en las afueras de la localidad castellana. El espectáculo, calificado de interés turístico nacional en 1980, se ha convertido en un auténtico emblema de la lucha de los grupos animalistas contra este tipo de festejos, incluidos los encierros y las corridas. Los vecinos defienden la continuidad del torneo, del que ya se tienen referencias desde mediados del siglo XVI, como una traidición con gran arraigo en el pueblo y consideran infundadas las críticas de quienes ven crueldad o sadismo en el alanceado del animal. En la edición de ayer, Rompesuelas tardó veinte minutos en morir en un lance que, al parecer, no se ajustó a las normas de la organización.
Evolución social. No cabe duda de que el Toro de la Vega hunde sus raíces en la historia, hasta el punto de que la celebración del torneo acaba incorporándose a la tradición de Tordesillas. La cuestión es si el espectáculo tiene ahora el mismo sentido que antaño. Del mismo modo que han ido desapareciendo otras manifestaciones –igualmente tradicionales– en muchas fiestas populares en las que participaban animales vivos, consecuencia de una nueva sensibilidad social, resulta difícil mantener argumentos a favor del Toro de la Vega, cuya reglamentación se puede vulnerar de manera impune; como quedó demostrado en esta última ocasión. La mayoría de la sociedad española, ahora, ya no entiende que se deje un toro a merced de una multitud, sin orden ni concierto, hasta su sacrificio.
Decisión política. El propio secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha manifestado su rechazo a la continuidad del Toro de la Vega. La expresión del político socialista es el anuncio claro de que la conciencia de que torneos como el de Tordesillas va más allá de los reducidos grupos animalistas, aumenta la base ciudadana que requiere su prohibición, al menos en las mismas condiciones que en la actualidad. Las sociedades modernas se adaptan a los nuevos tiempos.