Los balances son demoledores y constituyen el mayor reflejo de los terribles efectos de una crisis. Entre 2007 y 2015 fueron 2.122 las empresas de Balears que se declararon insolventes y fue precisa la intervención judicial y de los administradores concursales. No pocas de estas empresas eran muy conocidas y habían adquirido en los años del boom un notable peso y prestigio en el tejido productivo balear. Detrás de los fríos números se encuentra el sufrimiento de miles de emprendedores y decenas de miles de empleados y sus familias; también tantísimos acreedores que veían peligrar sus propios negocios o futuro personal si no cobraban. Lo que se ha sufrido con la depresión es incalculable.
Recuperación. Lo importante ahora es tener fe en remontar el vuelo. Es evidente que hay muchos casos de empresas caídas en la insolvencia porque sus máximos responsables no supieron prever el cambio radical de tendencia económica y se embarcaron en proyectos demasiado ambiciosos o se cargaron de deudas. El esperanzador presente y el futuro reclaman pasos más comedidos y seguros por parte de emprendedores e inversores. Esta manera de proceder implica un crecimiento más lento de las compañías pero también más robusto y enraizado en la realidad. En el fondo, una declaración de insolvencia no es sólo un golpe para un grupo de propietarios; también lo padece toda la sociedad, que tiene que soportar los efectos de este fracaso.
Confianza. Pero de la misma manera que la caída de una empresa afecta a todos, no es menos cierto que un clima de confianza ayuda al tejido privado a mantener el equilibrio. Si la sociedad respira un clima de recuperación, ello implica crecimiento del consumo y aumento de la expectativa de resistencia por parte de las empresas que atraviesan coyunturas delicadas. Todos vamos en el mismo barco. Y una sociedad solvente, seria y bien guiada políticamente es un activo extraordinario para cualquier marca que compite en el mercado.