La muerte repentina de Rita Barberá ha reabierto el debate sobre los juicios paralelos que se generan en la sociedad. La exalcaldesa de Valencia, que ganó hasta seis elecciones en su ciudad, fue apartada por su partido y tuvo que ingresar en el grupo mixto en el Senado. Murió, dicen, tras padecer una fuerte depresión y despreciada por sus compañeros de partido, los mismos que al conocer su fallecimiento loaban la figura de la exalcaldesa y valoraban todos sus logros políticos. Pura hipocresía. Daba vergüenza ver ayer algunos vídeos de dirigentes del PP pidiendo el escaño del Senado de Barberá hace unos meses y, al conocer su fallecimiento, lamentar el linchamiento al que ha sido expuesta la exalcaldesa de Valencia. La realidad es que Barberá, en vida, fue vapuleada por un caso judicial menor, por un supuesto blanqueo de dinero de 1.000 euros, una ridiculez si tenemos en cuenta otros casos de corrupción.
Impropio de una democracia. La sociedad, y determinados políticos, no aceptan la presunción de inocencia. Para sacar rédito político condenan a sus rivales antes de que sean condenados. Los propios partidos, a nivel interno, han caído también en esa dinámica. Apartan a sus compañeros por el mero hecho de ser investigados, muchas veces por causas menores que, al final, son archivadas por los jueces. Rita Barberá es el ejemplo de cómo una persona puede ser juzgada y condenada incluso antes de comparecer ante el juez para dar explicaciones. La sociedad asume también ese discurso fácil. Se llega a la conclusión, muy peligrosa, de que todos los políticos son unos delincuentes. Y los políticos no han sabido, ni han querido, romper esa dinámica.
El mensaje. Ante esta situación, nos encontramos con el caso de Rita Barberá, una persona que trabajó desde su puesto político, ganó varias elecciones por mayoría absoluta, y que ha tenido que vivir sus últimos días en linchamiento mediático y político insoportable para cualquier humano. Solo por su dedicación al servicio público merece un mínimo respeto.