El primer discurso del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, redactado por él mismo según sus asesores marca las líneas maestras de su mandato. En todos sus enunciados, el dirigente de la primera potencia mundial ha dejado claros sus postulados proteccionistas y endogámicos en todas sus políticas; posición especialmente preocupante cuando aborda cuestiones como las referidas a la economía o la emigración. Serán los hechos los que, con el tiempo, calibrarán el alcance de la orientación que Trump anunció ayer en su toma de posesión, pero no cabe duda que plantean una ruptura respecto al pasado y la cultura americana, que tiene el liberalismo marcado en sus genes.
Lógica preocupación. Las protestas que han tenido lugar en Washington, con motivo de la ceremonia, son sólo la expresión popular de una preocupación que rebasa las fronteras de Estados Unidos. La llegada de Trump al poder plantea numerosas incógnitas en los foros internacionales, tanto en los que hace referencia al papel que tendrá en la política exterior como en el ámbito económico. El liderazgo y peso americano a nivel mundial es indiscutible, pero tampoco es menos cierto que existen nuevos contrapesos –Rusia, China y la Unión Europea– que marcan un escenario muy diferente al de años atrás. Las incertidumbres, por tanto, están más que justificadas.
El orgullo americano. Con el cargo recién estrenado, Donald Trump no ha dejado atrás al populismo y ha profundizado en la grandilocuencia efectista; la misma que le llevó a vencer con claridad en las elecciones a la demócrata Hillary Clinton contra todo pronóstico. Los próximos meses serán decisivos para saber si el compromiso de «devolver el poder al pueblo» o anteponer los intereses nacionales sobre otras consideraciones, como dijo ante el Capitolio, es real o una simple declaración de intenciones. El pueblo norteamericano ha dado pruebas de que no olvida con facilidad las promesas de sus políticos.