El rifirrafefe que han protagonizado esta semana la consellera d'Hisenda del Govern, Rosario Sánchez, y la delegada del Gobierno, Aina Calvo, ilustra nítidamente cómo están las cosas. El Ejecutivo regional se lamenta de las escasas inversiones que el Estado prevé realizar en Baleares el año que viene, por debajo de la media y en la cola de la lista. Son apenas 201 millones de euros, muy alejados de los 388 que se llevará, por ejemplo, Extremadura, con una población similar a la del Archipiélago, o Cantabria, que con la mitad de habitantes va a obtener 401. Hay que constatar que los socialistas presiden el Gobierno central y el balear, por lo que se deduce que Francina Armengol y su equipo influyen poco en Madrid.
Aina Calvo y Sofía Hernanz marcan territorio.
Influyen poco, o nada. Porque en lugar de dejar pasar el lamento de la consellera, la delegada de Pedro Sánchez entró al trapo y marcó por primera vez desde que está en este cargo un perfil político propio. Aina Calvo rechaza la tesis del Govern, ni que lo presida una compañera de partido. Asegura que el Gobierno no vulnera la ley -pese a incumplir el Régimen Especial- y que, en todo caso, incumple «expectativas». Por su parte, la diputada socialista Sofía Hernanz lanza las campanas al vuelo diciendo que Baleares recibirá «la mayor cantidad de dinero de los últimos 20 años», algo que no se cree ni ella.
Panorama desesperanzador.
Es una constante el maltrato fiscal del Estado a Baleares, gobiernen unos o los otros. Pero en esta ocasión, la pandemia está destrozando la actividad de los sectores productivos del archipiélago, de donde se han nutrido durante décadas las arcas del Estado. La Comunidad balear está obligada a ser solidaria, pero esta solidaridad no es compartida. En pocas ocasiones anteriores se ha evidenciado la necesidad de un partido insular que defienda los intereses propios en las Cortes. La obediencia ciega de los diputados y senadores a PP, PSOE, UP y Vox es un perjuicio para quienes les votaron. Ninguno levanta la voz contra esta injusticia. Pero, por el otro lado, el panorama del nacionalismo y del regionalismo balear es desesperanzador, ni con tres años por delante para cerrar grietas y elaborar un proyecto.