Las Illes Balears tienen desde ayer un nuevo president, el socialista Francesc Antich, que se convirtió en el máximo mandatario de esta Comunitat gracias a los 31 votos de los diputados del PSOE, PSM, EU-Els Verds, UM, Pacte de Eivissa y la COP de Formentera. La Comunitat da un vuelco en su definición política, tras dieciséis años de mandato popular.
Tal como hiciera la víspera, el nuevo president adoptó una actitud sencilla, cercana al ciudadano, y reconoció que el de ayer era «uno de los días más felices» de su vida. Sin embargo, no por ello se libró de las críticas de la ahora oposición popular. Jaume Matas no tuvo reparos en lamentar algunas medidas anunciadas por Antich y reiteró que el único punto en común de los grupos que apoyan el Govern es su carácter anti-PP.
Fue un debate duro. Y en ciertos aspectos inadecuado. Como dijo el propio Matas, no se trataba de una ceremonia de desinvestidura, ni una moción de censura. Incluso Antich en algún momento pareció que no lo tenía claro. El candidato no era Matas, era Antich. Los líderes de la COP de Formentera y Els Verds, que se dejaron llevar por su ímpetu juvenil, tuvieron una intervención totalmente fuera de lugar. Pero, obviamente, el interés no estaba en las palabras de los integrantes del pacto, sino en el cara a cara de Antich y Matas. El hasta ayer president, solo frente a todos, estuvo acertado en su primera intervención cuando pidió más concreción a Antich, más allá de las bellas palabras, pero después se equivocó al reiterarse en exceso. Antich, por su parte, contestó con un estilo sobrado de agresividad.
Podía haber habido más brillantez y más altura en la sesión de investidura, pero en cualquier caso, lo que importa es el trabajo del futuro. Ha habido un relevo político. Se pasa de un color a otro. Pero no nos engañemos. El clamor que se vivió en la sala anexa al salón de las Cariátides no se vive en el resto de Balears. Para los ciudadanos de a pie, ayer simplemente se cumplió la voluntad popular. Con toda normalidad democrática.