Parece ser que todo está preparado para que el cambio de fechas que tendrá lugar tras el 31 de diciembre no merezca al cabo de pocos días mayor atención que la que se dedica a cualquiera de las tradicionales profecías fallidas de los adivinos que cada año nos previenen sobre nuestro futuro aprovechando la llegada de las fiestas. Durante los últimos meses, los especialistas han estado analizando todos los sistemas informáticos para tratar de adelantarse a cualquier fallo de funcionamiento cuando la fecha con la que hayan de trabajar sea del año 2000. El síndrome se denomina, cómo no, «efecto 2000» y trata, en la época de la genética, de la herencia en los actuales sistemas de aquellos que no eran capaces de trabajar con la cifra tan extensa como la del año que le da nombre y que, como un mal augurio, se ha empeñado en llegar. GESA, las entidades bancarias y de ahorro, las instituciones públicas (incluyendo las militares, policiales y logísticas), los centros sanitarios y de emergencia y las diversas entidades públicas y privadas han chequeado sus equipos informáticos para desterrar cualquier remota posibilidad de fallo en cadena. Sin embargo, la certeza no es total y habrán de mantenerse a lo largo de todos ellos algún tipo de operativo dispuesto a solventar cualquier imprevisto. No será una noche cualquiera y, cuando se produzca el más famoso cambio de año de todos los tiempos, aquellos que lo han vivido de guardia tendrán una de dos sensaciones: la de que han tenido que asistir gratuitamente a una profecía fantasma o que la informática, capaz de habernos hecho la vida tan cómoda como nuestros abuelos nunca soñaron, no fue capaz de superar sus propias limitaciones iniciales (la de utilizar cuatro dígitos para determinar el año) y consolidó la chapuza más gratuita de la historia de la tecnología. Afortunadamente, todo indica que nos quedaremos con la primera.
Editorial
Tanteando el efecto 2000