Desde su nacimiento tras la Segunda Guerra Mundial, el organismo supranacional europeo ha vivido con sus distintas denominaciones-Mercado Común Europeo, Comunidad Económica Europea, etc-otras tantas azarosas aventuras en lo que concierne incluso a su misma esencia. Así, entre los que desde el principio pensaron en unos auténticos Estados Unidos de Europa, y aquellos otros que juzgaron suficiente una organización intergubernamental, la idea de una Europa unida se ha ido abriendo camino en un esfuerzo singular. Tan singular que llevó en su momento a alguien como Jacques Delors, a la sazón presidente de la Comisión, a definir la Unión Europea como un «oini»: objeto institucional no identificado. Más allá de otras consideraciones, es evidente que una UE en vísperas de ampliación-de una importante ampliación-se halla hoy en una tesitura que requiere más precisas definiciones. Y aquí empiezan los problemas. Porque resulta que los dos «grandes» del continente, Alemania y Francia, defienden posturas muy diferentes con respecto a lo que ha de ser la Europa del futuro. Mientras los alemanes optan por un modelo federalista que les permita dominar Europa sin que les cueste mucho dinero, los franceses proponen una especie de federación de estados-nación que progrese y convierta en positiva la integración en Europa. Hablando en plata, Francia sabe que en una Europa más grande la hegemonía alemana resultaría más diluida, lo que favorecería sus propios intereses. Del mismo modo que los alemanes son conscientes de la posibilidad que existe de que en una Europa ampliada con los países del Este, su contribución a las arcas comunitarias deba ser aún mayor, algo que como es natural no les seduce. En el fondo estamos ante un problema que desde el principio no ha dejado de gravitar sobre cualquier proyecto de una Europa unida. Y consiste en que en ningún momento los intereses nacionales de cada uno de los países miembros han dejado de estar por encima de los comunes a todos. Por así decirlo, sobra egoísmo nacional hasta extremos susceptibles de lastrar cualquier proyecto.
Editorial
Europa: realidad y proyecto